Capítulo 30 - Te quiero

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—¿Crees que nuestra relación cambiará?

Estaba tumbada con Tom en la cama, los dos desnudos, yo apoyando mi cabeza sobre su pecho, y él jugando con mi pelo, enredándolo en sus dedos. La terraza estaba abierta, y a pesar de la cálida brisa que entraba por ella, mi piel estaba totalmente erizada, tal vez por la falta de sangre en mi organismo, que todavía no había sido repuesta mediante alimento.

Ladeé la cabeza para mirar a Tom, quien dejó de juguetear con mi mechón, y noté cómo intentaba profundizar en mi mirada.

—¿A qué te refieres? —se extrañó, pues quería seguir manteniendo su promesa de no hurgar en mis pensamientos.

—A cuando yo me convierta.

—Es difícil saberlo —dijo, tras un momento de meditación—. No por mi parte, pero sí quizá por la tuya.

—¿Por qué? —quise saber, pues no podía imaginarme ningún escenario en el que mis sentimientos por él cambiaran.

—Porque tus emociones se intensificarán.

—Entonces, ¿puede que la atracción que sienta hacia ti sea más fuerte?

—Lo será, sin duda.

Sonreí. No podía imaginarme cómo podía ser aquello, pero tenía muchas ganas de experimentarlo, aunque prefiriera esperar por ahora.

—Has estado muy callada desde que has hablado con Arthur —me dijo, de golpe.

—¿Nos has oído? —me sorprendí. No por el hecho de que fuera capaz de hacerlo, cosa que tenía bastante clara, si no por haber invadido mi intimidad.

—Lo siento, me había extrañado que fueras detrás de él. Supuse que era por Rebecca, pero...

—¿No te fiabas de él? —le reproché.

—No es eso.

—Entonces, ¿no te fiabas de mí?

—Jessica, ¿cómo crees? —se levantó de la cama—. Claro que confío en ti, pero no necesitas enfrentarte a él tú sola.

—Sólo quiero que deje a mi amiga en paz, por mucho que diga que no le interesa, ahora mismo siguen estando juntos, ¿verdad? —él asintió—. ¿No puedes prohibirle que esté con ella?

—No soy quien para hacer eso —parecía exasperado con mi insistencia con el tema—. ¿Preferirías que se estuviera viendo con alguno de los cerdos de la otra noche?

—Al menos esos cerdos no pueden meterle ideas raras en la cabeza...

—¿Seguro? —puse los ojos en blanco—. Te aseguro que Arthur la está respetando, no va a hacer nada indebido con ella.

Solté una gran carcajada, y Tom puso cara de asombro.

—Con ese tipo de comentarios me recuerdas a mi padre...

—Créeme, podría ser más que eso... Unas cuantas generaciones más —con ese comentario consiguió aliviar la tensión que había entre ambos.

—Vaya, así que eres un asalta cunas, ¿no? —no podía para de reír.

Tom me miró de forma lasciva, se mordió el labio y volvió a la cama, subiendo por mis piernas hasta tener su cara encima de la mía. Podía notar su casi inexistente aliento.

—Cuando quieras te lo demuestro...

Oh Dios, segundo asalto. Esa noche prometía ser muy movidita, y yo no podría estar fresca a la mañana siguiente.



—Tom...

Desperté, buscándole, pero no estaba en la cama. Miré el reloj, ya eran las seis de la mañana. Me asusté, no tenía muy claro a qué hora amanecería, pero no debía de faltar mucho.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora