Capítulo 20 - En cuerpo y alma

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«Entonces mis sospechas eran ciertas», me dije, «Isolda convirtió a Tom en vampiro».

Estaba a punto de continuar con el relato cuando oí ruido en alguna parte de la casa. Lo más rápido que pude, cerré el libro y lo dejé en el suelo, donde lo había encontrado. También guardé las fotos en el cajón y, después de apagar la luz, salí de allí corriendo, mientras mi corazón iba a mil por hora. Una vez arriba, palpé con los dedos la parte de la estantería donde estaba el botón que la había movido de sitio y, después de varios intentos fallidos, al fin lo accioné.

El tiempo que tardó en cerrarse aquel escondrijo secreto se me hizo eterno, a pesar de que apenas duró unos pocos segundos. Una vez estuvo en su lugar, alcé la mano y cogí el primer libro con el que me topé. Me senté en la butaca y lo abrí por la mitad, como si lo hubiera estando leyendo.

En ese momento, se abrió la puerta de la estancia y Tom entró. Levanté la cabeza, intentando disimular mis nervios, como si llevara tiempo ahí sentada, y él me miró de forma profunda, como si tratara de escudriñar mi mente.

—¿Qué pasa Tom? —le pregunté, para impedir que siguiera en su intento de leerme la mente.

—No es nada —me dijo, apartando la mirada hacia la estantería—. Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien, después de lo de anoche.

—Pues ya me ves —le sonreí, tratando de disimular—. ¿No deberías estar durmiendo? —le pregunté, mientras miraba el reloj de mi muñeca—. Todavía es pronto para ti.

—Sí, pero me he despertado algo ansioso —se acercó hasta mí y me cogió el libro—. ¿El origen de las especies? —me preguntó, como si dudara —. Pensaba que buscarías algo relacionado con el teatro.

—Bueno, también me gusta la biología, y el tema de la evolución —improvisé, procurando sonar convincente. Para algo era actriz.

—Quizás deberías ensayar un poco, ayer estuviste algo floja —me sermoneó.

—Porque ayer llevaba en mente otra cosa —le respondí, y él rió.

—Si quieres puedo quedarme despierto y ensayamos un poco...

—La verdad, no tengo muchas ganas ahora —me estiré en el sofá—. Y tú deberías dormir un poco más.

—Parece que estás un poco cansada, ¿me acompañas?

—Tu propuesta es bastante tentadora —medité un momento—, pero mejor no, acabaré tenido dolor de cabeza.

—¿Te quedas aquí?

—Estoy pensando que quizá debería ir a casa, últimamente está hecha un desastre... —tenía que salir de allí para evitar que descubriera lo que había pasado—. Además, me gustaría cambiarme de ropa —en ese momento, recordé que mi vestido estaba hecho jirones, y que había dejado la otra ropa en el teatro—. ¡Mierda!

—¿Qué sucede? —preguntó Tom, bastante curioso.

—Sucede que me rompiste el vestido y tengo que volver a casa —Tom soltó una enorme carcajada, y yo me puse roja y me cubrí la cara con el libro—. No te rías, ¿ahora qué hago?

—El abrigo te cubría prácticamente todo el vestido —sugirió—. Llamaré a un taxi, así no tendrás que caminar sin nada debajo.

Tom estiró su brazo y me ofreció su mano para ayudarme a levantarme. Suspiré y se la cogí, alzándome de la butaca. Caminamos por el pasillo hasta su habitación y, mientras él llamaba para pedirme el taxi, yo traté de ponerme el vestido pero estaba tan destrozado que no me ajustaba por ningún lado.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora