Capítulo 3 - Otra oportunidad

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En todo el trayecto hasta mi casa, ninguno de los dos pronunciamos palabra alguna. Era tan extraño, estar con semejante hombre en el metro, él rodeándome los hombros como si quisiera evitar que yo saliese corriendo. Pero me tenía tan «embrujada» que no tenía ninguna intención de hacerlo. Yo sólo me giraba de vez en cuando para mirarle los ojos, esos iris tan azules que hacían que me perdiera en su mirada. Y de vez en cuando, habría jurado que acercaba su rostro a mi pelo, para aspirar su aroma.

Llegamos a mi piso. En el momento en que estaba tratando de abrir la puerta, pues no lograba acertar con la llave, Tom comenzó a besar mi cuello y a acariciarme el trasero, cosa que todavía me ponía aún más nerviosa. Me apretaba fuertemente, y tuve que girarme para que parara.

—Espera... —susurré—. No consigo abrir la puerta.

Conseguí que se detuviera, aunque antes me puso una sonrisa que me resultó de lo más maliciosa, y sus ojos miraban a los míos fijamente. Totalmente perturbada, conseguí abrir la puerta y entrar en el apartamento. Cuando había avanzado unos pocos pasos, me giré y vi que Tom seguía parado en la puerta, apoyándose con el brazo en el marco.

—¿No vas a entrar? —le pregunté, algo extrañada.

—Antes tendrás que invitarme.

—¿Es una broma? —y él negó con la cabeza.

—Quiero tu consentimiento para lo que está a punto de suceder ahora —sonrió.

—Si te he traído hasta aquí, es porque lo tienes.

—Entonces... —se mordió el labio inferior—. ¿Puedo pasar?

—Por favor, pasa —le dije al fin, sin entender por qué tanta formalidad.

En ese momento, cruzó el umbral de la puerta y la cerró. Volvió a mirarme de arriba a abajo, y vino directo hacia mí. Me cogió del culo, y me subió hasta que nuestros rostros estuvieron a la misma altura. Y entonces, volvió a besarme. Me dejó tan indefensa que hasta la mochila que llevaba colgada del hombro derecho cayó al suelo, esparciendo mis cosas por el suelo del salón del apartamento. Pero a mí no me importó lo más mínimo, sólo estaba centrada en esos labios y esa lengua caliente que recorría el interior de mi boca fundiéndose con la mía. Me sentía al borde de la locura.

—Estás helada —me dijo Tom, al separarse brevemente de mis labios, y después me los lamió. Estaba tan excitada que ni siquiera me había dado cuenta de que ambos estábamos empapados—. Creo que te vendría bien una ducha de agua caliente.

—Está bien —accedí, y sin decirle donde estaba el baño, así como me tenía en sus brazos, me llevó directa.

Una vez allí, me dejó en el suelo y cerró la puerta. Entré en la ducha y abrí el agua caliente, para que fuera cogiendo temperatura. Mientras, él se acercó por detrás y fui quitando una a una todas las prendas que llevaba encima, hasta dejarme totalmente desnuda. Me giró, y con una expresión de placer en su rostro volvió a contemplarme. Pensaba que iba a desvestirse, pero en vez de eso, se acercó a mí y comenzó a succionar mis pechos y a apretarme el trasero.

—¡Ah! —solté de golpe, pues me había mordido el pezón. Se apartó de mí y me había hecho una pequeña herida.

—Lo siento, me vuelves loco —dijo, y lamió y la diminuta lesión.

Mientras él seguía magreándome, agarré su chaqueta y se la quité. Seguí con los botones de la camisa, pero antes de terminar, él se la sacó por la cabeza y la tiró al suelo. Yo fui directa al botón de sus pantalones y se los desabroché, bajando todo para liberar su miembro, que estaba frenético por salir de su cautiverio. Y puedo asegurar que en mi vida había visto nada igual.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora