Capítulo 22 - Reconciliación

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Sorprendida, le miré a los ojos, sin saber que responder. ¿Me habría leído la mente en algún momento?

—¿Qué habitación secreta? —le pregunté, tratando de evadirme, y me giré para recoger un par de vasos que se habían quedado en la barra.

—Jessica —me dijo, cogiéndome de la muñeca y haciendo que volteara a verlo —. Sabes perfectamente de qué hablo.

—Creía que habías venido a hablar de otra cosa...

—No trates de cambiar de tema —dijo, empujándome hacia la barra y enganchando mis manos para que no pudiera moverme.

—No lo hago —le miré, nerviosa y excitada por su comportamiento, pero a la vez desafiante—. ¿No has venido a contarme precisamente sobre eso?

—Así que lo admites...

—Yo no he admitido nada, pero es evidente que tú ya lo sabes —le sonreí, y con mi rodilla le acaricié la pierna, cosa que le exaltó y conseguí que me soltara las manos—. ¿Me has leído la mente sin mi permiso?

—No ha sido necesario —sonrió, y se metió una mano en el bolsillo. Sacó un pequeño mechón rojizo y me lo enseñó—. Deberías ser más cuidadosa cuando haces algo a escondidas.

—No sería necesario si me contaras lo que quiero saber —le dije, y giró la cabeza.

—Creo que ahora ya sabes mucho...

—No tanto —le interrumpí—. Supongo que habrás deducido que tuve que dejarlo a medias...

—¿Y hasta dónde sabes? —arqueó la ceja.

—Averígualo tú mismo —le reté.

Cogió mi cara entre sus manos y me miró fijamente. Noté como su mente atravesaba mis ojos, y aunque no sabía cómo hacerlo, tampoco traté de oponer resistencia. Parecía que había entrado en una especie de trance. Yo sólo pensé en lo que había leído esa mañana, y en las fotos que había visto. Le miré fijamente, ya no quería ocultarle nada, pero tampoco quería que él me lo hiciera a mí.

—Me lo habías prometido —me dijo, una vez volvió en si.

—Lo sé, y lo siento —le dije—. Pero necesitaba saber de ti, de tu pasado.

—Jessica —me miró fríamente—. Sigues sin entender la gravedad de la situación—se giró y fue andando hasta la mesa más cercana y se dejó caer en la silla.

—¿Cómo pretendes que entienda algo si no me cuentas nada? —le reproché, dirigiéndome hasta donde él estaba y sentándome en la silla que estaba justo enfrente de la suya.

—Debes creerme cuando te digo que si no te he contado nada ha sido para protegerte...

—¡Siempre me dices lo mismo! —me enfadé—. ¿De qué quieres protegerme?

—¡De ella!—soltó de repente, enfurecido.

—¿Y tan difícil era de decir? Sé perfectamente que fue Isolda quien te hizo tanto daño...

—Y podría volver a hacerlo, así que será mejor que no vuelvas a pronunciar su nombre.

—¿Por qué?

—Te aseguro que puede saber a kilómetros de distancia si alguien la invoca.

—Yo no la he invocado —le dije, pero entonces recordé todos esos fenómenos raros que sucedían cuando estaba cerca de ese libro o pensaba en ella, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Sólo con decir su nombre o pensar en ella es suficiente.

—¿Crees que podría venir aquí y hacernos daño? —le pregunté, recordando la pesadilla.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora