Capítulo 19 - Para siempre

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«Isolda... Ese fue el nombre que vino a mi mente al contemplar su bello rostro. Una mujer demasiado atractiva para los ropajes que traía, pues parecía una mendiga. Ella me contemplaba, tratando de escudriñarme, curiosa pero a la vez impasible.

Traté de hablar, pero estaba tan débil que no pude articular palabra. Estaba sediento y hambriento, necesitaba alimentarme o acabaría desfalleciendo. Aunque no estaba seguro de cuanto tiempo llevaba en ese estado.

Entonces, sin previo aviso, ella se levantó de la silla que ocupaba frente a la mesa y se acercó hasta mí. Acarició mi rostro, y me sonrió, enseñándome unos colmillos que no parecían humanos, si no más bien de animal, aunque no podría compararlos con otros que hubiera visto antes.

Noté un dolor desgarrador en mi cuello. Me los había clavado, y yo era incapaz de moverme. Cerré los ojos y esperé al temible final del que, sin saber cómo, me habría librado no hacía mucho, sin saber si habían pasado horas o días desde mi caída en el campo de batalla.

Seguí esperando, y la presión de los colmillos y el dolor desapareció. Creyendo que tal vez ya había traspasado la barrera hacia el otro mundo, abrí los ojos. Y ella seguía allí, delante de mí, acariciándome el pelo. Sin decir palabra alguna, me dio un beso en los labios, y de pronto, todo se volvió negro.

Volví a despertar, pero esta vez estaba solo. Seguía débil, pero fui capaz de ponerme en pie. Sobre la mesa, había gran cantidad de comida, agua y vino. Sin preguntarme nada más, me senté en la mesa y comencé a devorar aquel festín sin preguntarme si sería o no para mí.

Una vez tuve la tripa llena, recordé todo. La mujer y sus enormes colmillos. ¿Habría sido real? ¿O fruto de mi mente delirante por culpa de mi estado? Volví a palpar donde tenía la supuesta herida, y otra vez sin rastro. Además, mi vestimenta había sido cambiada, y no había rastro de sangre.

Me toqué el cuello, donde se suponía que estarían las marcas de la mujer, pero allí no había nada. Tal vez aquella mujer no existía y había sido mi mente jugándome una mala pasada. Recordaba aquellas historias que de niño mis hermanos mayores me habían contado para asustarme. De seres que salían por la noche en busca de víctimas para saciar su sed desangre. Vampiros creo que los denominaban, pero nunca había creído esas historias.

De todos modos, no estaba dispuesto a averiguarlo. Y aunque algún alma bondadosa se habría apiadado de mí, prefería salir de allí por si mi mi visión no había sido parte de un sueño. Pero al ir hacía la puerta y tratar de abrirla, de nuevo estaba cerrada. Por más fuerza que hiciera, seguía sin abrirse.

Cuando ya estaba apunto de darme por vencido, la puerta se abrió, como por arte de magia. No había sido yo, sino ella, que estaba parada en la parte de fuera. Miré sus ojos, clavados en mí, y la expresión de su rostro. No parecía enfadada, pero había algo en ella que emanaba maldad. Sin decir una palabra, me obligó a que me apartara para entrar en la casa. La puerta se cerró de un portazo, y yo no podía quitar la vista de ella.

Se acercó hasta mí, y me acarició el pelo de nuevo. Yo quería salir corriendo pero mis extremidades no me obedecían. Sólo podía quedarme ahí, quieto ,mirando esos ojos y sintiendo un miedo mucho más aterrador que el que había vivido en el campo de batalla.

Y otra vez, me mostró sus colmillos, y comenzó su ritual de alimentación. Y yo, de nuevo, me sumí en un profundo sueño.

No sabría decir cuanto tiempo pasé en ese estado, durmiendo todo el día y despertando por la noche para alimentarme yo y alimentarla a ella. En todo ese tiempo no cruzamos palabra alguna, pues ella no decía nada y yo no podía articular palabra, como si un poder superior hubiese sellado mis labios y no me permitiera expresarme.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora