Capítulo 24 - Miedo

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Isolda seguía cubierta con esos ropajes que le hacían parecer una mendiga. Su cara estaba medio oculta en una capucha, oscureciendo sus facciones. Sin embargo, podía notar sus grandes ojos mirándome con total desprecio. Estaba segura de que una mueca de odio se asomaba en su rostro, aunque incapaz de verlo.

Por segunda vez, traté de huir de ella, pero sólo me veía a mí misma corriendo hacia las escaleras, pues era incapaz de moverme. Cuando ella se cercioró de lo que me pasaba, o fue capaz de «verlo» en mi mente, empezó a reírse de forma terrorífica.

—No puedes huir de mí, Jessica.

Intenté responderle, pero tampoco era capaz de emitir ningún sonido. De repente, me cogió del cuello, y me levantó del suelo. Asustada, notando cómo me ahogaba, abrí los ojos de par en par y conseguí poner mis manos sobre las suyas para tratar e liberarme, pero era tan fuerte que no conseguí liberarme de ella. Me estaba quedando sin aire...

—¡Te dije que te alejaras de él! ¡Te lo advertí! —me gritó.

Yo seguía forcejeando sin conseguir ningún resultado, y cada vez me sentía más débil. Las fuerzas me estaban abandonando.

—Si quieres que te suelte, invítame a entrar —me ofreció, pero yo no podía hacer eso, Tom me pidió que no lo hiciera por nada del mundo. Estaría perdida entonces, aunque ya sentía que lo estaba.

—No... —conseguí emitir en un pequeño susurro. Esta vez me permitió hablar,

—¿Estás segura? —preguntó, con un tono de voz todavía más molesto, y apretó todavía más fuerte.

—Para... —respondí, aunque ya no sabía si lo había dicho en voz alta, o sólo en pensamientos.

—¡No hasta que me invites! —respondió Isolda, tajante.

—Tom... Ayuda... —fue lo único que alcancé a decir antes de estar a punto de desvanecerme.

Entonces caí al suelo y empecé a toser, sin entender por qué me había soltado. Levanté la vista y pude ver a Tom, cogiendo las manos de Isolda, forcejeando con ella.

—¿Me echabas de menos cariño? —la oí decir.

—¡Déjala en paz! —le gritó Tom—. ¡Déjanos a los dos!

—Oh, sabes que no puedo hacer eso cariño... —soltó su risa de nuevo—. Eres mío para toda la eternidad.

—¡Jamás! —le respondió Tom, y fue capaz de empujarla y tirarla al suelo. Isolda rió todavía más fuerte.

—Veo que te has hecho más fuerte —dijo ella, todavía desde el suelo—. Eso lo hace más interesante —de un salto se puso en pie, encarándose de nuevo a Tom.

—¡Jessica! —me gritó Tom, sin apartar la vista de Isolda—. No tengas miedo, esto es una visión, no es real.

Me quedé sorprendida, no podía creer que aquello no estuviera sucediendo de verdad. Ahora entendía por qué Tom no estaba en casa, y porque Isolda estaba insistiendo tanto en que la dejara entrar.

—¡Jessica! ¡¿Me escuchas?!

—Sí, sí, lo entiendo —respondí, ya habiendo recuperado el aliento y, al parecer, todas mis facultades. Me puse en pie.

—Oh, ¿para qué le estropeas la sorpresa? Con lo bien que nos lo estábamos pasando...

—¡No seas tan cínica Isolda! —le gritó Tom.

—Bien que te gustaba antes... —le respondió, con voz sensual. Tom negó con la cabeza, mirándole con una furia en sus ojos que jamás había visto. Habría jurado que el color de su iris cambió a rojo.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora