Capítulo 21 - Pesadilla

312 42 35
                                    

—Creo que a estas alturas ya sabes que es un tema doloroso para mí... —respondió Tom.

—Cierto, ¿pero no tengo derecho a saberlo? Voy a dar mi vida a cambio de compartirla eternidad contigo.

—Algo que nunca te he pedido.

—¡Ni quiero que lo hagas! —exclamé—. Es decisión mía, pero creo que me merezco conocerte un poco más, ¿no?

Apartó su mirada y se quedó callado, sin saber qué decir.

—¡Tom! —le instigué.

—¡Tienes razón!—me miró de nuevo—. Tienes derecho a saberlo, pero en mis años de vampiro, nunca se lo he contado a nadie.

Suspiré. Odiaba que no quisiera confiar en mí.

—Creo que será mejor que te vayas —le dije, a punto de estallar en lágrimas.

—Jessica... —intentó acariciar mi rostro, pero yo me aparté—. Sólo intento protegerte...

—¿Protegerme de qué? —no me respondió—. ¿De ella?

Tom abrió los ojos, pero siguió sin soltar prenda. Me enfurecí.

—¡Vete! ¡Y no me busques hasta que no confíes en mí!

Tom me miró profundamente. En su cara había decepción, pero también enfado. Estaba a punto de decir algo, pero desistió. Se levantó de la cama, cogió su ropa y salió de la habitación. Me quedé allí, tirada en la cama, mirando la puerta que había cerrado de un portazo. Cuando oí cómo salía del piso, empecé a llorar. No sabía si había hecho lo correcto, pero estaba harta de su silencio. Él podía saberlo todo sobre mí tan fácilmente, sólo indagando en mi cabeza. Yo simplemente tenía que conformarme con lo que él quisiera contarme, que hasta ese momento, a penas había sido nada. Y lo poco que sabía, lo había tenido que descubrir de forma furtiva.

Seguí llorando de forma desconsolada hasta que, del cansancio, caí rendida.



Abrí los ojos, pero no estaba en mi habitación. Me encontraba en el suelo de una estancia bastante austera. El suelo era de tablones de madera, viejos, sucios y desgastados. Las paredes parecían de piedra.

Notaba mucho calor y estaba sudando. Me giré y detrás de mí había una chimenea encendida. Las llamas azotaban el pequeño espacio como si fuera el mismísimo infierno, tratando de escapar de su contención. El humo salía por el conducto superior, aunque se percibía una ligera nube por toda la estancia.

Me levanté y sacudí mi ropa, pues estaba llena de polvo. Seguí observando aquella sala que, sin saber por qué, me resultaba tan familiar. Localicé una puerta al fondo, y fui hasta ella. Quería salir de allí y ver dónde estaba. Traté de abrirla, pero estaba cerrada.

De pronto, algo hizo contacto en mi mente, y recordé de qué me sonaba aquella casa. Tenía que ser la cabaña de Isolda, la que describía el otro vampiro en sus memorias. Mi corazón se aceleró, tenía que salir de allí antes de que ella regresara o me convertiría en su alimento. Había una ventana, pero tenía una verja que impediría que escapara por allí. Me asomé hacia fuera y contemplé cómo caía la nieve. Pese a la oscuridad, el paisaje era idílico, pero no tenía tiempo para deleitarme.

Oí un fuerte golpe y me giré. La puerta se abrió y, en el umbral, se vislumbraba una sombra que, poco a poco, se iba materializando a medida que avanzaba hacia el interior de la casa. Finalmente, cuando estaba a escasos centímetros de mí, el ser se manifestó, mostrándome su bello pero terrorífico rostro. Era ella...

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora