Aquella tarde, salí corriendo de casa. Como siempre, llegaba tarde a mi audición. No entendía muy bien mi forma de percibir el tiempo, que aunque tratara de calcular lo que tardaría en estar lista, inevitablemente saldría del piso con el tiempo justo. Una vez leí en algún artículo publicado en Facebook que es algo que le suele ocurrir a la gente inteligente. Me consolaba pensar que era cierto.
Llegué a la parada del metro, con la gran suerte de que justo en el momento en que bajaba las escaleras, había uno que se iba. Perfecto, adoro la ley de Murphy. Menos mal que aquí en Londres los metros pasan casa pocos minutos. Mientras esperaba sentada, saqué el móvil. Todavía quedaban veinte minutos, al menos sólo estaba a tres paradas del teatro.
Tres minutos después ya estaba en el metro. Odiaba cuando estaba abarrotado, justo en hora punta. Y por si fuera poco, las tripas no hacían más que sonarme. ¿A quién se le ocurre hacer un casting justo a la hora de cenar? Saqué una barrita energética que tenía en el bolso para posibles emergencias y me la zampé en un santiamén. Cuando tenía hambre, solía encontrarme mal, y no podía arriesgarme.
Había esperado mucho para encontrar un papel como aquel, prácticamente hecho a mi medida, y no podía fallar. Sabía que la presión no me ayudaría, pero ya estaba harta de mi trabajo como camarera en aquel pub del centro. Sin embargo, era lo único que podía hacer hasta conseguir un papel de verdad, y no como los de las otras obras mediocres en las que había participado, no siempre consiguiendo el papel protagonista.
Pero sentía que esa vez, todo iba a ser diferente. Lo necesitaba, o debería replantearme seriamente mi futuro. No quería tener que admitirle a mi madre que ella tenía razón y que yo era la que me había equivocado. Tanto ella como mi padre quería que me sacara la carrera de abogado y que trabajara en el buffet de abogados de la familia, pero yo aborrecía esa trabajo. Desde niña, escuchando las historias de mi padre, me decía a mí misma que aquello no era para mí. Y cuando, obligada por ellos, empecé la carrera, me empleé e fondo, pero para evadirme y poder soportarlo, me apunté al grupo de teatro. Ahí fue cuando descubrí mi verdadera pasión, y poco a poco fui saltándome las clases y metiéndome más de lleno en aquel mundo que me parecía fascinante.
Hasta que un día, me planté en casa y les dije a mis padres que dejaba la universidad, que no me veía en un futuro próximo siendo abogada. Como era obvio, pusieron el grito en el cielo, pero como no daba mi brazo a torcer, intentaron persuadirme para que estudiara otra profesión que pudiera ayudar en el buffet, como económicas, pero seguí negándome. Cuando les dije lo que realmente me gustaba, se rieron en mi cara, y me dijeron que no iban a costear tal capricho.
Sólo tenía dos opciones: seguir dependiendo de ellos y tragar con sus exigencias, o emanciparme y luchar por mis sueños. Y como en aquel entonces era una chiquilla ilusa y llena de fantasías, decidí ser la dueña de mi destino y perseguir mi utopía. Encontré un trabajo como camarera para seguir pagándome las clases de teatro, y me mudé con una compañera de la carrera que alquilaba una habitación.
Cinco años después, lo único que había cambiado era que tenía el piso para mi sola, y que ya había terminado las clases. Pero seguía siendo camarera. De más está decir que casi no hablaba con mis padres. Eran demasiado orgullosos y, además, según ellos, tenían una reputación que cuidar. Iban diciendo por ahí que estaba de prácticas en el extranjero. Muy maduro por su parte.
Así que había tomado la decisión de que aquella sería mi última oportunidad. E iba a llegar tarde si no salía corriendo de aquel vagón en cuanto se abrieran las puertas. Ya no sabía si era cosa del destino, o yo misma me estaba poniendo la zancadilla.
Por fin, el metro se detuvo en mi parada, y salí corriendo como alma que lleva el diablo. Pese al dolor punzante en el costado, no paré hasta llegar a la puerta del teatro. Me permití el lujo de parar unos segundo, respirar tranquilamente, y entrar. Me quedé perpleja ante la gran cola de chicas que había delante de mí. Genial, no había llegado tarde, pero tardaría siglos en hacer la prueba. Mi jefe iba a matarme, pues cuando acabara tenía que ir directa al trabajo. Ya sabía quién se iba a quedar hasta las tantas limpiando.
Una de las asistentes de la obra salió a recibirnos y nos condujo entre bastidores, para hacer las pruebas en el escenario. Mientras esperaba, traté de estudiar a la competencia. Habían chicas muy bonitas, que ya simplemente por su aspecto tenían mucho ganado. A otras tantas ya las conocía, y sabía que eran buenas. De hecho, algunas de ellas me habían quitado varios papeles.
Decidí dejar de boicotearme y saqué el texto, para repasar un poco antes de la prueba. No solía hacerlo nunca, pero la espera iba a ser tan larga que prefería estar entretenida. Sólo levantaba la cabeza del texto para fijarme en las expresiones de las chicas cuando terminaban las audición. Algunas salían muy contentas, mientras que otras estaban al borde del llanto. Esperaba ser de las primeras en cuanto acabara la mía.
Después de un buen rato aguardando, al fin llegó mi turno. Como siempre antes de una prueba, mi corazón estaba a cien por hora y las manos me temblaban. Lo bueno era que, al salir al escenario, aquella sensación siempre desaparecía y no tenía mayores problemas en repetir lo que había ensayado.
Pero aquella vez, fue totalmente diferente. Las circunstancias de aquel entorno eran muy distintas.
Salí al escenario, y frente a mi, en primera fila, estaba el director, que era bastante conocido, y otro chico que supuse sería su ayudante.
—¿Cuál es tu nombre?— me preguntó el ayudante.
—Jessica Myers— respondí, y vi cómo buscaba mi nombre en la lista.
—Cuando quieras— dijo el director, cogiendo su bloc para tomar notas.
Estaba dispuesta a empezar con el texto, cuando me fijé en que había alguien más en el teatro. Al fondo, en la esquina derecha, podía ver una silueta negra. Pese a que no podía ver los ojos de aquella persona, notaba cómo los tenía clavados en mí, de forma imponente. El ritmo de mis latidos volvió a subir considerablemente, y me sentía paralizada. No podía dejar de mirar aquella sombra, como si estuviera hipnotizada. Tampoco era capaz de pronunciar palabra. Me había quedado en blanco.
—¿Estás bien?— me preguntó el ayudante, sacándome de mi letargo.
—Eh... sí— respondí finalmente.
—¿Puedes empezar? Tenemos más chicas que entrevistar— soltó el director, un poco borde.
—Claro, lo siento.
Me centré en la prueba, y conseguí decir el texto, aunque tuve que leer el guión en varias ocasiones por los nervios, lo cual es una de las peores cosas que puedes hacer en esas situaciones. Pero tenía que salvarlo, fuese como fuese. Y durante todo ese tiempo, un escalofrío recorría mi cuerpo, pues sabía que aquella persona me estaba mirando fijamente.
—Muy bien, ya te llamaremos— dijo el ayudante, cuando hubieron escuchado suficiente.
—¿No queréis que siga con otra escena?— pregunté.
—No es necesario, gracias— respondió el director.
Ya sabía lo que significaba aquello. Salí de allí a toda prisa, antes de que las lágrimas se salieran de mis ojos. Busqué el baño, y ahí empecé a llorar. Me miré en el espejo, había desperdiciado mi última oportunidad. Me había puesto nerviosa simplemente por ser observada, no podía entenderlo.
Acabé culpándome a mí misma por la presión a la que me había sometido. Me sentía derrotada. A partir del día siguiente tendría que cambiar mi vida. Pero esa noche, debía volver al trabajo, así que me limpié la cara, me retoqué el maquillaje, y salí de allí con la mejor cara que pude.
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Eternamente tuya
Fiksi PenggemarJessica es una actriz de teatro que trabaja como camarera a la espera de encontrar el papel de su vida. En su último casting, coincide con Tom, un actor más experimentado que seducirá a Jessica sin que ella pueda hacer nada para evitarlo. Sin embarg...