Capítulo 17 - Puro deseo

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 Al fin llegó el viernes, y ese día no tendría que madrugar porque el sábado trabajaría el turno de noche, así que esperaba quedarme a dormir en casa de Tom. Toda la semana el nombre de «Isolda» había permanecido en mi mente, y ya no aguantaba más el hecho de no tener respuestas. De más está decir que había tratado de sacarle información a Tom, pero él siempre me acallaba con los mismos argumentos y un beso que solía acabar en la cama.

—Te dije que era una historia, no sé si es verdad —me decía.

—Pero al menos podrías contarme lo que ponía en el libro —insistía.

—Ya te lo he dicho, no me acuedo... —se ponía pensativo, como tratando de recordar—. Creo que era la historia de alguien que se convierte en vampiro...

—¿Y era Isolda quién le convertía?

—Que manía te ha entrado con ese nombre —reía, pero se notaba nervioso—. Ven aquí amor, estoy hambriento...

Y así, o con conversaciones similares, seguidas de una apasionada sesión de sexo con cena para él incluida, me agotaba lo suficiente para que me durmiera y no le preguntara más. Era obvio que sabía más de lo que contaba, y que esa tal Isolda debió ser alguien importante para él.

Así que esa noche tenía pensado dejarle totalmente desarmado. Y cuando durmiera profundamente, me escabulliría hasta la biblioteca. Pero esta vez, no cometería el mismo error, y no volvería a pronunciar ese nombre en voz alta. Sólo esperaba que no entrara en mi mente y descubriera mis intenciones.

Antes de ir al teatro, seleccioné muy bien qué ropa me iba a poner esa noche. Abrí mi armario y elegí un vestido negro ajustado, con escote, que dejara poco a la imaginación. Me reí, pues recordé que la última vez que me había puesto ese vestido, a Rebecca y a mi nos invitaron a unas copas, pero las dos les dimos calabazas a nuestros pretendientes, pues esa noche sólo queríamos pasarlo bien nosotras.

Cogí también unos zapatos con tacón de aguja imposibles. Sabía que me matarían los pies, pero esperaba no tener que llevarlos por mucho tiempo. Y, obviamente, llevaría debajo del vestido la lencería nueva que había comprado la semana anterior, roja y de encaje, la más sexy que había encontrado.

Me puse la ropa, salvo los zapatos, que los guardé en mi mochila junto con la ropa que iba a usar en el ensayo. No quería arriesgarme a que se arrugara el vestido, ya me cambiaría en el teatro. Me calcé las deportivas, cogí un abrigo largo y salí de casa.



Después del ensayo, estaba en el camerino, cambiándome otra vez de ropa, cuando entró Rachel.

—Jessica, estábamos comentando de ir a tomar algo... —entonces me vio en ropa interior—. ¡Ups! Perdona, no sabía que te estabas cambiando —apartó la vista.

—No te preocupes Rachel, no soy vergonzosa —le dije, y volvió a mirar.

—Ese conjunto es muy sexy —se fijó.

—Gracias —le dije—. Lo compré el otro día en el centro. ¿Qué decías?

—Sí... estábamos diciendo de ir a tomar algo antes de volver a casa, Tom me ha dicho que te preguntara, pero no sé si tenías otros planes...

«Mierda», pensé. Quería que fuéramos directos a su casa, aunque tal vez podía ser una buena forma de coquetearle antes y ponerlo a mil por hora.

—Pues justo hoy también había pensado en salir de fiesta —mentí—. Hasta me he traído un vestido —se lo mostré.

—¡Estupendo! —me dijo—. Le confirmo a Tom y te esperamos fuera —yo asentí y ella salió.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora