Capítulo 9 - You give love a bad name

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Llegamos a mi casa. Entró detrás de mí, y fue directo a sentarse en el sofá. Yo fui a mi habitación a dejar mis cosas, mientras no paraba de preguntarme si había hecho lo correcto. 

—¿Quieres algo de beber? —le pregunté, al volver al salón, y él se giró y me sonrió de una manera perturbadora—. Me refería a un whisky —puntualicé, y el soltó una carcajada.

Saqué la botella de licor del mueble bar, junto con un vaso, y le serví una copa a Tom.

—Toma —le di el vaso y me senté a su lado.

Tom cogió la copa sin levantar la vista del guión de la obra. Lo había dejado encima del sofá aquella tarde, después de repasar la primera escena.

—¿No tomas nada? —negué con la cabeza—. ¿Cómo lo llevas? —preguntó, haciendo referencia al guión.

—Sinceramente, no la he podido revisar como me habría gustado.

—¿Y eso? 

Reí ante su pregunta, y agaché la mirada. No sabía cómo decirle que no había podido concentrarme precisamente por él. Aunque seguramente, él ya lo sabía.

—He estado un poco distraída —le dije, y observé cómo me miraba detenidamente a los ojos, como si tratara de leer mi mente.

—Ya te dije que necesitabas descansar.

—Pero el problema es que no sé si quiero descansar —me insinué, poniendo a prueba sus intenciones.

—¿Y qué es lo quieres? —me sonrió.

Le miré profundamente. «Quiero que me lo enseñes, quiero tener conciencia de lo que me haces cuando me dejas esas marcas», traté de hablarle con el pensamiento, y debió de funcionar porque noté cómo habría los ojos. Después, dejó la copa en el suelo y cogió mi mano y, con la que le quedaba libre, me levantó la manga del jersey que llevaba. Miraba la piel descubierta con deseo.

Comenzó a besarme lentamente el brazo, incluso me pareció que lo hacía dulcemente. Ese simple contacto ya me provocaba excitación y mi corazón se aceleró de forma importante. Entonces, paró de golpe, y levantó su cabeza hacía mi. Sin dejar de mirarme, me enseñó sus colmillos.

Sin que pudiera evitarlo, cogió mi muñeca y la subió a la altura de su boca. Me enseñó cómo introducía sus dientes en mis venas. Notaba el dolor de sus colmillos clavándose en mi piel, pero no traté de apartarme de él, sólo observaba cómo se alimentaba de mí.

Fue breve, quizá un pequeño sorbo, y se apartó de mí. La comisura de sus labios estaba manchada, y unas pequeñas gotas se deslizaban por sus colmillos. Sus ojos se habían vuelto, si aquello era posible, todavía más azules.  

Miré mi muñeca. Ahí estaban las marcas, esta vez más pequeñas que las que me había dejado la noche anterior. Supuse que el tamaño tendría que ver con el tiempo que me estaba succionando la sangre, o con la profundidad de su mordida.

—¿Qué quieres de mí? —le pregunté, en un susurro. Mi voz temblaba, pues en aquel instante ya no tenía ninguna duda de lo que era Tom. Me había dado de bruces con la realidad y estaba asustada.

—¿No es evidente?

—No, no creo que sólo quieras lo evidente —le repliqué. Me negaba a pensar que no había nada más.

Me miró serio, lo más probable era que hubiera dado en el clavo. Se levantó del sofá y fue hacia la ventana. Se quedó contemplando la oscura noche, como queriendo ocultarse de la verdad que escondía.

Me levanté también, y me puse detrás de él. Era la primera vez que él parecía el vulnerable, y no precisamente por haberme mostrado su verdadera naturaleza. No pude evitarlo y lo abracé por detrás, necesitaba sentirlo de otra manera, no sólo con esa pasión animal que nos consumía cada noche.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora