Capítulo 8 - Protección

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Al igual que los dos días anteriores, desperté con un dolor de cabeza terrible. Sin embargo, aquella vez no recordaba cómo había llegado hasta casa. Todavía llevaba puesta la ropa del día anterior, y mi mochila estaba en el suelo, al lado de la cama. 

Mi mente estaba confusa, algunas imágenes pasaban de forma fugaz por mi cabeza, mientras trataba de recordar qué había pasado la noche anterior. El dolor se incrementaba.

Lo único que me venía a la mente era Tom, teniendo sexo conmigo. Sus besos, sus embestidas, sus gemidos... Al perturbarme de aquella manera rememorando el placer que me hizo sentir, de pronto lo recordé: ¡Sus dientes en mi cuello! ¡Y la sangre en sus labios!

Puse mi mano en el cuello, y noté las marcas. Me levanté de un salto y corrí al baño. Encendí la luz y me puse delante del espejo, esperando observar lo que ya sabía que estaría ahí.

Las marcas de sus dientes... o debería decir de sus colmillos. Ahora ya no tenía dudas. Ya comprendía el por qué de mi cansancio y de mis terribles dolores de cabeza.

Tom era un vampiro, y se estaba alimentando de mí. Recordé lo que me dijo la noche anterior, que él era "mi dueño". Entonces, ¿qué era yo? ¿Su víctima? ¿Su cena? ¿Su juguete? No sólo se estaba bebiendo mi sangre, sino que le estaba proporcionando todo tipo de placeres. Aunque, para ser sincera, él también me los proporcionaba a mí...

No sólo había conseguido el papel de mi vida gracias a él, sino que me había ayudado a que Matt no me despidiera. Por no decir que las relaciones sexuales con él eran incomparables a las otras que había experimentado.

Pero todos esos beneficios tenían un alto precio. Estaba siendo su comida, y no sabía qué mayores repercusiones podría tener ese hecho sobre mi salud. Si seguía alimentándose de mí al mismo ritmo de estos últimos días, era muy probable que mi debilidad fuera aumentando, y no quería pensar en el desenlace.

Sin embargo, se había introducido en mi cerebro de una forma tan invasiva que no podía dejar de pensar en él. Suponía que, por su naturaleza, era capaz de hacer eso, sin que pudiera defenderme de ninguna forma, al menos que yo conociera. Y no sólo lo había visto en mí, obviamente también ejercía control mental sobre cualquiera que él quisiera.

Y no sólo eso, cada una de las células de mi cuerpo le reclamaban. Lo notaba, me había vuelto adicta a él, y no podía distinguir si era por su habilidad de dominación, o porque realmente me fascinaba. Era obvio que, en cierto modo, me controlaba, cuando era incapaz de hacer mi voluntad. Pero necesitaba saber si realmente el deseo que sentía hacia él era real.

Quería llamar a Rebecca y contárselo todo, aunque me tachara de loca. No obstante, recordé cómo Tom me había impedido hablar con ella la noche anterior. Conocía mis intenciones, ahora tenía claro que era capaz de leer mi mente, y no me permitiría hacer nada que pusiera en peligro su secreto. Y de hecho, desistí de hacer aquella llamada, algo en mí me decía que no debía hacerlo.

En ese momento tuve claro lo que realmente era: su prisionera. No una que no pudiera salir de su celda, sino una dispuesta a acatar todas sus órdenes sin ni siquiera cuestionarlas. ¿Cómo podría soportar aquello?

Me quité la ropa y me metí en la ducha, sin poder evitar recordar lo que había pasado allí hacía ya tres noches. Pese a todo, volví a sentir un deseo irrefrenable por él, y tuve que aliviar la tensión. «¡Me estoy volviendo loca!», grité, cuando me quedé más relajada.  

Sintiendo vergüenza de mí misma, salí del baño y entré en la habitación para ponerme ropa limpia. Después, muerta de hambre, me dirigí a la cocina. Abrí el frigorífico y saqué todos los ingredientes necesarios para hacerme un sándwich. Cogí el pan de molde del armario y extraje tres rebanadas, para hacerme uno doble. Yo que normalmente no tenía hambre recién levantada.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora