Capítulo 33 - ¿Coincidencia?

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Desperté de golpe, empapada en sudor. Cogí el móvil de la mesita y miré la hora. Eran las 8 de la mañana, sólo hacía dos horas que nos habíamos dormido. Aunque estaba agotada por haber estado despierta toda la noche, sentía que era hora de levantarme. Sobre todo, porque tenía hambre. Mejor me tomaría un vaso de leche y luego volvería a la cama.

Miré a Tom, seguía sorprendiéndome que pareciera estar muerto al verlo dormir. «Bueno, realmente lo está», pensé, y solté un risita tonta. Quizá a otra persona le resultaría tétrico, pero a mí me parecía fascinante.

Me levanté y cogí la bata para tapar mi cuerpo desnudo. Tom no me había dado tregua en toda la noche. A veces era insaciable, parecía que sólo recordaba que era una simple mortal cuando se alimentaba de mí. Menos mal que anoche no se excedió en alimentarse de mí, si no me habría desangrado por completo. 

Sentí frío, pese a estar la calefacción en marcha. Debía de estar destemplada, probablemente debido al sudor que ya notaba frío en mi espalda. Salí de la habitación y cerré la puerta.

Quise asomarme a la ventana y corrí las cortinas. Me sentía afortunada de no tener que salir aquella mañana, pues estaban cayendo algunos copos de nieve, lo que significaba que haría bastante frío. Volví a correr las cortinas, para evitar que se colara la luz por si Tom se levantaba. No solía hacerlo hasta que empezaba a anochecer, pero alguna vez se levantaba y así podía pasearse libremente por la casa.

Abrí el frigorífico y cogí la leche. Me serví una taza, con un poco de chocolate, y la calenté en el microondas. Mientras la tomaba, sentada en la barra de la cocina, me vinieron recuerdos de cuando era niña. Era lo que siempre me evocaba el chocolate. Recuerdos de un tiempo en los que todavía era feliz con mis padres, cuando rendirme a sus exigencias era la única opción, y no me planteaba nada, simplemente acataba todo lo que me decían. 

Suspiré, y di un sorbo a la humeante bebida. No sé que cambió en mi cerebro en aquel instante, pero recordé al chico de la noche anterior. Aquella mirada tan penetrante, que me recordaba tanto a la de Tom. Y, afortunadamente para mí, ya no ve venían aquellas imágenes tan intensas a la cabeza, ¿sería por qué ya me estaba lo suficientemente saciada? ¿Y le habría pasado lo mismo a Rebecca? Quería averiguarlo...

Sin pensarlo, volví a la habitación a por el móvil. Me cercioré de que Tom seguía durmiendo profundamente, de ese modo no escucharía la conversación. Salí de nuevo, cerrando la puerta tras de mí, y marqué a Rebecca.

—Jessica, ¿qué horas son estas? —dijo Rebecca, con voz de dormida, al descolgar la llamada.

—Lo siento amiga, espero no haberte despertado...

—Aún tendré que darte las gracias, no me ha sonado la alarma y tengo un millón de cosas que hacer antes de ir al trabajo.

—Entonces te ha venido bien que estuviera despierta.

—¿Pasa algo? —me preguntó, con extrañeza en su voz—. ¿Has peleado con Tom?

—No, no, nada de eso —la tranquilicé—. Está durmiendo como un bebé.

—Y has aprovechado porque no puedes esperar para el cotilleo, ¿verdad? —rió en el otro lado de la línea.

—Sé que anoche tenías ganas de contarme, perdona por no poder quedarme... —me disculpé, también quería hacerlo por mis segundas intenciones.

—No te preocupes, entiendo que Tom querría irse... 

—Así es —mentí.

—Bueno, ¿y qué te pareció? —me preguntó.

Eternamente tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora