Steve Rogers

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El corazón se me parte en dos. Siento como mi alma llora al ver lo que no he querido aceptar, hay cosas difíciles en nuestra vida, eso lo sé, pero nadie me dijo que algo así dolería tanto, nadie me dijo que sentiría mi corazón ser herido, destrozado, quemado, pulverizado, nadie me dijo que el aire frío no sería suficiente para apaciguar las llamas que hay dentro de mis pulmones, de mi garganta.

El alcohol no ayuda en nada, es como mera y misera agua, no me siento bien. Nada me ayuda a sentirme mejor, tan solo me hace sentir peor de lo que antes creí podría llegar a tolerar.

Frente a mi puedo ver a Romanoff, pero mis ojos y pensamientos estan tan alejados de aquí que no escucho lo que dice, pero de alguna manera sé lo que tengo que hacer, pero no quiero.

Creí que estaría listo para hacerlo, pero me equivoqué, me volví a equivocar, no tengo la fuerza suficiente para entrar en ese lugar, no tengo el coraje de entrar y verla a ella, simplemente no puedo.

Mi corazón comienza a extrangular mi pecho, siento como mi cuerpo tiembla, aprieto los labios para no soltar un chillido de dolor cuando las puertas son abiertas.

Pero los rios de mis orbes se vuelven abundantes y no importa que cierre las ventanas que dejan ver el alma, que dejan ver mi alma. Mis mejillas son mojadas por ese líquido salado que lleva saliendo de mí desde hace unas semanas atrás, desde ese horrible día.

Lo único que han hecho mis orbes es llorar y llorar hasta quedar en la inconsciencia, agradeciendo internamente que el dolor, la punzante laceración de mi corazón se detenga aunque sea unos diminutos instantes.

No soy capaz de soportar ver al amor de mi vida ahí, doy vuelta sin mirar atrás, no hago caso a las incontables veces que los demás llaman por mí presencia, solamente soy consciente del dolor lacerante que hay dentro de mi pecho y corazón, con el cual tendré conmigo por el resto de mi vida. Sé que no seré capaz de vivir con este dolor por mucho tiempo.

Sé que no soy tan fuerte como para soportar esto, no lo soy y no tengo intenciones de fingir que tengo la suficiente fuerte como para hacerlo.

Mis pies se mueven rápidamente por el asfalto, dejándo atrás aquel lugar, aquel en donde veré por última vez a esa mujer de pequeña estatura pero con el corazón más grande de todos, que ya no podré tener su amor y comprensión, eso se ha terminado.

Se han terminado aquellas tardes de películas en las que culminaban siendo una guerra de palomitas, las largas tardes hablando sobre todo y a la vez nada.

Era consciente de que era hora de que todo eso se esfumara como huellas sobre la arena, aquellas que después de una ola, por muy pequeña que sea, limpia todo rastro de nuestras pisadas, estaba consciente de que era inevitable, y tenía miedo de eso. No estaba listo.

No lo estaba.

No sé cuanto corrí, solamente sé que cuando mis lagrimas impidieron a mis orbes seguir el paso, mis piernas fallaron, haciéndome caer de rodillas, el corazón golpeaba, golpeaba tan fuerte que creí que se saldría, pero no.

Inclusive eso hubiera sido mejor que tener que soportar aquella tortura. La grava moviéndose, y una mano en mis hombros me hicieron romper en llanto.

Grité, finalmente lo hice, pude sacar aquel dolor que estaba atorado en mi pecho desde semanas, grité sin importarme si alguien más lograría escucharme.

No sé cuanto estuve gritando, llorando, soltando maldiciones y llorando nuevamente, solamente sé que hubo un punto en el que los rios de agua salada salían sin esfuerzo alguno. Manos medianas acariciaban mi espalda. Pero no quería esas manos, no.

One Shots. (Steve Rogers/ Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora