Capítulo 10.

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I

 Connor se pasa las manos por el pelo, se sienta en la cama e inmediatamente se vuelve a levantar. Camina de un lado para otro –dentro de lo que le permite el poco espacio de la habitación- intentando comprender qué le pasa. Ha estado nervioso durante gran parte de la película, aunque luego cuando habla con ella es como si olvidara esa tensión, se relajara y fuera más él mismo que nunca. Es extraño. Antes, con la luz apagada… casi ha creído que podría llegar a pasar algo entre ellos. Debe estar loco, porque conoce a Ayleen desde hace poco más de veinticuatro horas. Sin embargo, es imposible negar ese cosquilleo que siente cuando ella le sonríe.

 Suspirando, y consciente de que no podrá dormir en un buen rato, Connor coge la tarjeta de su habitación y sale. Por un momento no sabe si bajar por la escalera o por el ascensor, pero éste último queda más cerca de la puerta de salida de la residencia, así que se decanta por echar a andar hacia la derecha. Connor no sabe que si hubiera bajado por las escaleras, habría sido testigo de algo que no le habría gustado nada.

 El joven saluda al conserje nocturno –que es mucho menos simpático que Phil- y sale de la residencia. A pesar de ser verano, el aire de la noche empieza a venir fresco, y Connor se estremece. Metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón, cruza la calle y entra en MacMurray’s. Se trata de una pequeña cafetería de un matrimonio de irlandeses que, por lo que Connor tiene entendido, emigraron a Chicago en busca de una sitación mejor a la que tenían en Irlanda. El chico no está seguro de si el negocio les deja muchos beneficios, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de Starbucks que abundan en cada esquina de Estados Unidos, pero lo cierto es que el trato que recibe allí es mucho más personalizado, y para su gusto, el café está más bueno. Es cierto que en MacMurray’s no le dibujan una sonrisa a su vaso de café, pero la señora MacMurray siempre lo sirve con una sonrisa en los labios. A Connor le encanta esa cafetería, no sólo porque está justo enfrente de su residencia sino también porque está abierta hasta bastante tarde.

 -¡Hola, Connor! ¿Cómo estás, cielo? –la señora MacMurray lo saluda desde la barra.

-Sin poder pegar ojo –él camina hasta la barra y a pesar de todo sonríe a la dueña del establecimiento.

-Y eso que todavía ni siquiera ha empezado el curso…

 La mujer, bajita, de mejillas sonrosadas, y pelirroja termina de colocar unas tazas en su sitio para atender al recién llegado cliente. Connor no logra evitar pensar en Ayleen al ver el color de pelo de la señora MacMurray, si bien el de la muchacha no es un naranja tan intenso.

 -Si no puedes dormir, supongo que hoy no querrás café. ¿Un chocolate?

 Connor asiente con la cabeza.

 -Anda, siéntate que ahora mismo te lo llevo –le hace un gesto con las manos, como echándolo de la barra, y él hace caso.

 Cuando el joven barre el local con la mirada, se da cuenta de que hay alguien en una mesa, al fondo. De hecho, cree que reconoce a esa chica… ¡Claro! Es Natasha. Connor frunce el ceño, sin saber qué hacer. Ella le ha visto, se le ha quedado mirando, y tampoco sabe si saludar o no. Menuda situación. Finalmente, Connor decide acercarse a la vez que ella decide hacerle un gesto de saludo con la mano.

 -Hola –dice él, quedándose de pie.

-Puedes sentarte, si quieres –Natasha señala la silla libre que queda justo enfrente de ella.

-Vale –Connor se sienta, aunque quizás no sea buena idea.

 Guardan silencio durante unos incómodos segundos.

 -¿Tú tampoco puedes dormir? –se decide a preguntar él.

-No –Natasha da un sorbo a su bebida, que Connor no llega a identificar-. Últimamente no duermo demasiado bien.

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