Capítulo 4

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Víboras y vergüenzas

Antonella

El fuerte dolor de cabeza me hace abrir los ojos, pero la luz de la mañana impacta en mi rostro haciendo que los vuelva a cerrar. Suelto un pequeño quejido y me siento en la mullida cama completamente desorientada.

Miro a mi alrededor. Estoy en una habitación moderna con tonalidades oscuras; claramente, no es mi habitación.

¿Dónde diablos estoy?

Entonces, una ráfaga de recuerdos vienen a mi mente: el club, mucha bebida, yo bailando súper borracha junto a Ivy y por último Ian.

Eres un cretino pero estás bueno.

¿Cuánto mide tu pene?

Pues hazte una paja.

Y así miles de recuerdos vergonzosos de lo que hice ayer.

Trágame tierra y escúpeme en Marte.

Me levanto de la cama, su cama, a una velocidad que me marea, y entro al baño para hacer mis necesidades. Dios, este baño hace tres del mío. Es negro por completo, con detalles dorados y denota lujo por doquier.

Me miro en el espejo y quiero morir. Tengo unas ojeras enormes y se me nota la horrible resaca que tengo. No vuelvo a beber así en mi vida.

Salgo del baño y la cabeza me late. Mis resacas se caracterizan por ser dolores de cabeza horribles y unas ganas de dormir todo el día. Agradezco a la vida porque no me den ganas de vomitar, ni siquiera afecta mi estómago. Además de que nunca olvido nada de lo que hice mientras bebía. Aunque esto último, justo ahora, lo detesto.

Me encamino fuera de la habitación sin saber que hacer. No sé que hora es y mis amigos deben estar preocupados por mí. En cualquier momento salgo en las noticias como desaparecida.

Bajo las escaleras con cuidado y una gran sala aparece en mi campo de visión. Tiene tres sofás grises enormes con una mesa ovalada de cristal en medio y un plasma gigante pegado a la pared. Muchos cuadros extraños decoran las paredes. Todo es tan frío como el dueño.

Sigo mi camino y según me voy acercando a la cocina escucho una voz melodiosa cantar. Es una señora mayor.

—Eh... Buenos días.

La señora salta sorprendida y lleva una mano a su pecho. Solo faltara que matara a una pobre anciana del susto.

Me mira con un extraño brillo en los ojos pero que no transmite maldad.

—Buenos días, dulce, estaba tan entretenida que no te escuché bajar —me muestra una gran sonrisa y el dolor de cabeza no me permite devolvérsela correctamente, por lo que sale como una mueca.

Ella se da cuenta y hace un gesto de compasión.

—¡Oh! debes tener un dolor de cabeza horrible. El señor Ian me informó que ayer bebió de más —me ofrece una pastilla para el dolor y un vaso de agua.

Le agradezco en voz baja.

—Que maleducada soy. Me llamo Martha, soy la encargada de la limpieza y de cocinarle al gruñón que tienes como jefe.

Sonrío. Esta señora me cae bien.

—Me llamo Antonella, pero puedes llamarme Nella —me presento.

Martha pone un plato con huevos revueltos y tostadas, y una taza de café enfrente de mí.

No pensaba desayunar pero el delicioso olor hace rugir a mi estómago.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora