Epílogo

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Cinco años después...

Antonella

Estaciono el auto en el garaje de nuestra casa con lentitud, tratando de hacer el menor ruido posible. Rodeo la casa para entrar por la puerta trasera —que guía directo a la cocina— y la cierro suavemente. Luego, coloco las bolsas con el logo de la dulcería de Caroline sobre la encimera de mármol y me quito la mascarilla blanca para ir directo a lavar mis manos con abundante agua y jabón.

Hace seis meses se detectó el primer caso de COVID-19 en un país Asiático. Desde entonces, todo ha sido un caos. Actualmente nos encontramos en cuarentena, y debo decir que no es nada fácil vivir así, sabiendo que en cualquier momento puedes contagiarte con el virus, arriesgando no solo tu vida, sino también la de tus seres queridos.

El redondo reloj de pared parece burlarse de mí según pasan los minutos; son las 7:42 de la mañana, y conociendo a mis chicos, tengo muy poco tiempo para organizar todo antes de que despierten.

Abro la bolsa más grande y saco el pastel con cobertura de color azul; Caroline lo hizo personalmente. Sonrío encantada al ver que cada detalle combina perfectamente con la personalidad de mi bebé gruñón. Sé que le encantarán las golosinas en forma de libros y pelotitas de fútbol que su abuela colocó sobre el pastel.

Tomo las otras bolsas y acomodo los cupcakes que varían en azul, verde y rosa, los últimos tienen un unicornio enterrado en el merengue. Tuvimos que ordenarlos así para evitar que iniciara la tercera guerra mundial entre hermanos.

«Dale un hermanito, decían, así no se sentirá tan solo durante su crecimiento, decían»

Bueno, solo no está, pero ya descubrió lo que es vengarse, cortándole el cabello a una muñeca, porque le arrancaron las hojas a su libro favorito de aventuras.

«Es que no le diste un hermano, le diste una princesa diabólica»

Tampoco hay que exagerar.

En una mano tomo el pastel y en la otra el plato con cupcakes. Subo las escaleras con cuidado de no tirar todo y voy directo a mi habitación, donde los dejé durmiendo esta mañana. Al abrir la puerta, no puedo evitar desbordarme ante tanta ternura; Ian se encuentra acostado, profundamente dormido, con Aiden apoyado en su brazo y nuestra pequeña de rizos cafés, abrazándolo como la consentida que es de su padre.

Ellos son mi motivo de existencia y no hay día en que no deje de agradecer por tener a la familia más maravillosa que pudiera haberme imaginado. Por instinto, bajo la mirada al tatuaje que me hice en el brazo junto con Ian hace casi dos años con el nombre de nuestros hijos; Aiden y Hayley.

Me acerco a la cama y dejo las bandejas en una esquina, abro la gaveta de la mesita de noche y saco la vela con el número 5 que estuve escondiendo durante días ahí. La coloco en el centro del pastel, evitando dañar los adornos, y la enciendo.

Feliz cumpleaños a ti, te deseamos a ti. Feliz cumpleaños, mi pequeño Aiden —comienzo a cantar y como esperé, él e Ian se despiertan, pero la perezosa no mueve ni un párpado —. Feliz cumpleaños a ti.

Se sienta en la cama, estrujando sus ojitos y luego me mira con ese precioso gris que heredó, tanto él como Hayley, de su padre.

—Pide un deseo y sopla la vela, mi amor —pido con suavidad.

Me sonríe levemente. Se estira y mira la llama por escasos segundos antes de soplar y apagarla. Ian lo envuelve con su brazo y besa el centro de su cabeza.

—Feliz cumpleaños, campeón.

—Gracias, papi —me mira con ese amor inocente que me provoca ganas de llorar —.  Gracias, mami.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora