Capítulo 13

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Las Maldivas

Ian

La observo dormir profundamente; el rostro de muñeca está imperturbable, las pestañas le acarician levemente las mejillas y las definidas cejas se le fruncen de vez en cuando. A pesar de que tiene un hilo de baba pegado a la comisura de su boca, no deja de ser preciosa. Sonrío al recordar la cara que se le quedó cuando le dije que nos iríamos a Las Maldivas.

Hace un poco más de veinte horas que el helicóptero nos acercó al aeropuerto en Los Angeles y nos subimos en mi jet. Así que no debe faltar mucho para que aterricemos.

Me entretengo revisando mis redes sociales; aún se habla de mi "compromiso" con Antonella, ahora todos sí la aman. «Hipócritas». Por el momento todo va bien y espero que siga siendo así. Solo quiero disfrutar de estos últimos días del año con tranquilidad, y no hay nada más relajante que Las Maldivas y tener al duende sexy a mi lado.

—Por favor, abróchense los cinturones, vamos a aterrizar.

Antonella se remueve ante el aviso del piloto, pero no se despierta. Niego divertido por lo perezosa que es. Me estiro para acomodarle el cinturón y luego me incorporo, abrochándome el mío. No pasan ni cinco minutos cuando ya hemos aterrizado por completo.

—Antonella —toco su mejilla suavemente —, ya llegamos. Despierta.

Ella refunfuña y abre los ojos con pesar. Ladeo mi cabeza con diversión por el puchero que hace y me acerco, dándole un pico.

—¿Que hora es? —pregunta, mientras se estira, para luego desabrocharse el cinturón.

—No deben pasar las nueve —asiente.

La tomo de la mano y salimos del avión. El clima cálido de Las Maldivas nos recibe en cuanto topamos el suelo, a pesar de que ya es de noche. Antonella suspira a mi lado y sus ojos brillan curiosos, observándolo todo a su alrededor.

—Es hermoso.

—Y eso que aún no has visto las playas por el día.

El Ferrari rojo que alquilé para pasar estos días aquí, se estaciona a unos metros de nosotros. Me encamino hacia él, sin soltar a Antonella, y ella libera un jadeo asombrada, que me endurece la polla en segundos.

—Me vas a decir que también te sabes todo sobre este auto —arqueo una ceja irónico.

Ella rueda los ojos, sacándome una sonrisita divertida.

—¿Me dejarás conducirlo?

—Tal vez —los iris oscuros le chispean emocionados.

Le hago una seña al empleado y este se acerca con nuestro equipaje.

—Acomódalas en el maletero.

Le entrego las llaves a Nella y comienza a saltar y a aplaudir como loca.

—¡Eres el mejor!

—Lo sé, ahora sube.

En cuanto enciende el motor, comienzo a arrepentirme de haberla dejado conducir. La cara que tiene no me da una buena impresión. Y lo confirmo cuando sale disparada como una loca, llamando la atención de todos.

—¡Nella, no conduzcas tan rápido!

—No seas gritón —sonríe burlesca y la miro con enfado —. Ay, Ian, déjate de amargado.

—Solo quiero llegar vivo.

Suelta un bufido, pero le baja un poco al nivel de rapidez que traía. Le indico hacia donde tiene que ir y en menos de diez minutos ya nos estamos estacionando. Definitivamente, no la dejo conducir más.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora