Capítulo 20

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Nueva alianza

Caleb

«Paciencia»

Es lo que me repito una y otra vez desde que padre trajo a esa niña a la casa. Cada vez que la veo no puedo controlarme, y sin querer, la asusto, aunque sigo sin entender porqué me causa cosquilleos en mi estómago verla temerosa de mí. Tal vez por eso sigo espantándola cada que tengo oportunidad.

La brisa nocturna remueve un poco mi cabello. Todo está oscuro, ni siquiera se puede ver alguna estrella o la luna en el cielo. Y eso me calma. Siempre me ha gustado la oscuridad, el silencio y la soledad. Pero aún así, quisiera que alguien me acompañara a veces, mi madre, por ejemplo.

Aprieto los puños con rabia al pensar en ella. «Ella no me quiere» Escuché cuando se lo dijo a mi padre hace tres noches. Y sigo enfurecido con los dos, lo odio a él por ocultarme las visitas secretas de mi madre y a ella por ser una... una... ¡Una zorra!

Me levanto del césped y le doy una patada a los pequeños arbustos que adornan el patio trasero.

—¿Por qué estás enojado?

Salto al escuchar la fina voz de nuestra invitada y me volteo enseguida. Antonella está descalza y trae un pequeño oso en las manos. ¿De dónde lo sacó?

—¿Qué haces aquí?

Ella encoge sus hombros y agacha la cabeza.

—No podía dormir. Extraño a mi mami.

Aunque está oscuro, puedo ver como su labio tiembla. No sé qué decirle porque me da igual lo que ella sienta. Ella es mi regalo de cumpleaños y jamás regresará con su familia.

—Pues deja de hacerlo, las madres son malas —gruño.

Me mira extrañada.

—Mi mamá no. Ella me regañaba a veces, pero es porque yo me portaba mal.

Volteo los ojos y me acerco a ella.

—No me importa —digo tosco—. Mejor vete a dormir, pajarito.

—No quiero dormir y deja de llamarme así —se cruza de brazos.

Sonrío divertido. Nunca habíamos hablado durante tanto tiempo.

—Bien. Vamos entonces.

No la dejo hablar y la jalo por la muñeca, llevándola a la cocina. A esta hora todo el mundo está durmiendo y mi padre a de estar con alguna de sus amantes.

Me dirijo a la nevera, dejando al pajarito sentada sobre la silla, y tomo la leche para verterla en un vaso de cristal. Se lo ofrezco y ella lo toma con timidez. Me quedo callado, viendo cómo se bebe la leche. Aunque tiene el cabello desordenado me parece linda. Creo que me gusta.

—¿Qué me miras?

—Nada.

Apartó la vista, sintiendo mi cara caliente y ella sonríe.

—Quiero saber porqué me llamas pajarito.

—¿Ya no estás enojada conmigo?

—Tú no fuiste el que me apartó de mi familia.

—Pero tampoco voy a ayudarte a regresar con ella.

Antonella se encoge un poco ante mi tono y baja la vista. No me importa que esté triste, ella debe acostumbrarse a que vivirá aquí para siempre y al lado mío. Justo como dijo mi padre.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora