En la mira

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Narrador desconocido

La he encontrado al fin, después de tantos años la tengo a unos metros de distancia.

Las manos me pican de las ganas que tengo de volver a acariciar su sedoso cabello, pero debo de tener paciencia. Si pasé dieciocho años sin ella, unos días no serán nada.

Solo llevo treinta minutos estacionado enfrente de su edificio, pero con eso me basta para saber unas cuantas cosas. Como por ejemplo, que vive en el tercer piso, que la ventana de su habitación da a la calle y que un hombre está viviendo con ella.

Aprieto los puños sobre el volante.

No sé quien coño es ese, pero como sean pareja lo voy a matar y le voy a enviar su cuerpo por partes a ella.

«Ella es solo mía»

Pero hay algo que no me cuadra y es, quién era el otro hombre que la acompañaba en Italia. Se veían cómodos juntos y la sonrisa que tenía en su bello rostro no se borró ni siquiera cuando se bajó del auto que los trajo del aeropuerto.

Un toque en el cristal de la ventanilla me hace apartar la vista del edificio.

Es Enzo.

—¿Hai portato quello che ho chiesto? —pregunto, bajando el cristal oscuro.

*¿Trajiste lo que te pedí?*

—Si, signore —estira su mano —. Tutto é in questa borsa.

*Sí, señor*

*Todo está en la bolsa*

—Bene.

*Bien*

Tomo la bolsa negra que me ofrece y la dejo sobre el otro asiento.

—Ho bisogno che indaghi sull'uomo che vive nell'appartamento con lei —Enzo asiente.

*Necesito que investigues al hombre que vive en el apartamento con ella*

Le hago un gesto con mi mano y con eso es suficiente para que se vaya.

En este tiempo he ganado poder; sabía que de una forma u otra lo iba a necesitar. Logré muchas cosas por mí mismo, pero no puedo negar que mi apellido me ayudó bastante. Lo único bueno que me heredó mi padre.

Los Leone somos temidos en ciertas partes de Italia, principalmente en Génova, y con eso me basta para hacer todo lo que he planeado en los minutos que llevo aquí.

«Vas a ser mía otra vez, pajarito»

Abro la bolsa y saco el teléfono que encargué.

Por ahora no me preocupa tener que ocultarme, nadie sabe que estoy aquí. De hecho, muy pocos saben que aún sigo vivo. Otra cosa que le agradezco a la lacra de mi padre; el haberme echo pasar por muerto cuando apenas tenía nueve años.

Marco el número que me sé de memoria y al tercer timbre contestan.

James.

—Hola, J —hablo en inglés.

—Ese maldito acento lo reconocería donde sea —suelta una risa —. ¿Cómo estás, hermano?

—No me digas hermano, inútil —gruño.

—No te me enojes —dice burlesco. Escucho voces femeninas al fondo —. Estoy algo ocupado, dime que quieres.

—Estoy en Estados Unidos. Necesito que me consigas un lugar donde quedarme y que me facilites unos hombres —fijo mi mirada en la calle.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora