Diavolo

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Caleb

Eso, es amor verdadero. Debes de sentirte muy afortunada, Antonella.

—No sabes cuanto. Tener a un hombre que te apoye en todo lo que te propongas, que te consienta, que te diga que nadie te hará daño mientras que estés bajo su cuidado, que cuando te vea triste haga todo lo posible por sacarte una sonrisa y aparte de todo eso, te complazca en todos tus caprichos, eso es sentirse verdaderamente afortunado.

Suelto un gruñido ante la tanda de mentiras que suelta Antonella por su boca. Me levanto con furia y lanzo la televisión hacia el otro lado del salón. Los hombres que estaban bebiendo y jugando al póker se me quedan mirando.

—¡¿Qué cojones me ven?! —grito, causando que todos regresen a sus cosas.

Camino hasta la barra y la zorra que trabaja de camarera se baja el escote cuando me ve.

—¿Que va a pedir, señor? —se muerde el labio con sensualidad.

—Ponme lo más fuerte que tengas.

Ella asiente y se gira para tomar una botella. La falda de cuero se le sube, mostrándome el redondo culo que tiene. «No está mal»

Coloca un vaso de cristal encima de la barra, lo llena con la bebida y le agrega tres bloques de hielo. Sin esperar se lo quito y me lo tomo de un trago. El líquido me quema la garganta, pero la rabia que siento disipa todo ardor.

—Ponme otro.

—Señor, el trago es fuerte y...

—¡Que me pongas otro te dije! —ladro, haciéndola estremecer.

Enseguida, me sirve otro trago, aunque esta vez sus manos tiemblan, sacándome una sonrisa maquiavélica.

—¿Qué edad tienes?

—T-Tengo v-veinte, señor.

Asiento sin darle mucha importancia. Observo a mi alrededor, mientras que me bebo el licor. Este salón es ilegal, pero J es el dueño de casi toda esta zona de Los Angeles, así que la policía no se entromete. Hay aproximadamente cincuenta hombres, todos subordinados de James, todos asesinos y ahora todos están bajo mi mando también.

Me giro, colocando el vaso con brusquedad y rodeo la barra, tomando a la pelirroja por la mano.

—Señor, yo...

—Cállate y camina.

La siento temblar bajo mi toque y mi sonrisa se ensancha. Camino a paso rápido y me meto en el primer baño que me topo.

—Salgan todas. ¡Ya! —espeto con molestia y las putas salen corriendo despavoridas.

Empujo a la mujer con fuerza por los hombros para que se arrodille. Puedo ver el miedo en sus ojos marrones y eso me excita más. «Son marrones como los de ella»

—Muéstrame las tetas.

—Señor, yo no quiero —solloza.

Claro, primero me provoca y ahora se hace la víctima.

—Enséñame. Las. Tetas —puntualizo cada palabra con el enojo comenzando a salir.

La chica se baja el pequeño top que trae y los pechos le saltan libres. Los tiene grandes y los pezones son rosados. La polla se me hincha ante tan buena vista. Me inclino un poco y se las magreo con hambre, provocando que las lágrimas se le salgan.

—No llores, pequeña —le recojo una lágrima y la saboreo —. Mmm, no sabes mal. Me pregunto cómo sabrá tu sangre.

La zorra solloza aún más y ruedo los ojos con fastidio.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora