Capítulo 24

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Aviso:
Tal vez alguna parte se considere un poco fuerte, incluso me resultó incómodo escribirla y por tanto no profundicé en el tema.

¡Disfruten la lectura!


Verdades que hieren

Antonella

Enzo me toma por el brazo y me saca de la habitación. Aún estoy en shock y por eso no pongo ningún tipo de resistencia. Escucho los pasos de Caleb y mi madre venir detrás de nosotros. Nos adentramos en un salón con elegantes muebles de cuero y suelo de madera oscura. El perro faldero de Caleb me sienta de un empujón y luego se aparta hacia una esquina.

—Bueno, esta conversación no será para nada agradable, Nella —dice Caleb con su típico tono burlesco.

Mi madre tiene el rostro contraído por el miedo y aprieto mis puños con rabia.

—¡Suéltala, Caleb! —demando furiosa.

El ojiverde solo sonríe como el psicópata que es, y luego jala una silla para sentar a mi madre a la fuerza. Lo veo extender una mano hacia Enzo y este le pasa una cuerda que enseguida ata alrededor de las muñecas y tobillos de mamá.

—No le hagas daño, ella no tiene nada que ver —ruego exaltada —. Ya me tienes a mí. ¡¿Qué más te da ella?!

Vuelve a reír y se incorpora, acomodándose el saco negro, para fijar sus penetrantes ojos en mí.

—Veremos si la sigues defendiendo una vez que sepas la verdad —mira de reojo a mi madre.

Ella se encoje un poco, y frunzo el ceño, notando algo extraño en todo esto.

—Caleb, por favor...

—¡Cierra la boca, Amelia! No se te ocurra suplicar ahora; no después de todo —la señala con su dedo furioso.

—Mamá, ¿qué quiere decir con “la verdad”?

Ambos me miran, pero ella es la primera en agachar la cabeza. Sin embargo, Caleb da dos pasos hacia mí, los suficientes como para poder sentir su caro perfume y que mi cuerpo tiemble del terror.

—Pobre pajarito, toda su vida viviendo engañada —canturrea.

Estira su mano para acariciar mi mejilla, pero lo esquivo con rapidez. Su expresión se endurece, haciéndome dudar en si me golpearía, pero decide darme la espalda y dirigirse hacia las botellas de whisky que se encuentran sobre una mesa de cristal.

—Te contaré una historia —comenta, sirviéndose un trago —. Mi historia.

Decido mantenerme callada, ganando más tiempo para lo que sea que tenga planeado. Porque sé que esto estaba más que preparado en su maquiavélica mente.

—Hace treinta años, mi padre, Vitorio Leone, conoció a una linda americana que trabajaba en uno de los tantos restaurantes que lavaban su dinero. Como te podrás imaginar, de inmediato la quiso para él —se sienta enfrente de mí, cruzando sus piernas con elegancia —. La chica americana al principio le correspondió, pero luego descubrió que Vitorio estaba metido en la mierda de la mafia y decidió alejarse. Lástima que mi padre fue un hijo de puta egoísta.

Se levanta y rodea a mi madre con lentitud. Ella solloza desconsolada y mi mente comienza a ir a mil para intentar decifrar el final de esta historia.

»Resumiendo, él la secuestró y un año después, la inocente chica quedó embarazada. Según los comentarios de los trabajadores de la casa, ella intento quitarse la vida varias veces, pero siempre Vitorio aparecía para detenerla —chasquea su lengua —. Pobre mujer.

Dulce TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora