El dolor corre en la tinta compitiendo en la mente con insidiosos y rumiantes pensamientos que me hace increpar contra mí, contra todos. Respirar, una labor titánica, coloniza la furtiva desesperación y la aplasta aventando lo mellado que estoy al fondo infame, mis cierres forzados. A final de cuentas la desolación es asfixia, a su vez, la decadencia trae a su amigo, el pánico desmedido. Dejo caer el plumín en un rebote absurdo como el eco de mis temores, pero caigo con él acobardado con la procesión atravesando las fosas de mi alma.
Siempre que al espejo me veo la cara de cuaresma se mofa, termino riendo con él de mi propio reflejo, de lo mal que me siento a menudo incluso con el sol dando en la persiana.
«¿Qué tan destruído me palpo, que tan perturbado y enfermo estoy?»
La respuesta desmedida es tan real y mentirosa que en partes iguales me devora. Aterrorizado con mil palpitaciones, dolores musculares frecuentes, he aquí el resultado: la hipocondría, mis ansiedades ilimitadas, asimismo ligado al desenfreno de oscuros recuerdos, al rechazo de la sociedad, de tanto haciéndome sentir hasta el mínimo cosquilleo en una palabra desgraciada.
Empotro las manos en mi cabeza, a menudo me las llevo a cada costado, encogido en un rincón de la habitación. De piernas flexionadas y la cara hundida entre esas dos habituadas a mi colapso.
Sudor perlando mi frente, siento la respiración profusa y la visión cargada de intranquilidad.
Este es mi verdadero yo, lo que enseño a pocos, no quiero lastima del mundo que no sabe un puñetero dato mío. Por eso ante desconocidos espeto estar bien, pero solo miento. Nunca encuentro cómo comunicar la sensación de ahogo y esta continúa apretando mi yugular, debilitándome el pulso.
En la inmersión reinando y la vaga realidad ausente, fijo la vista en el piano. La melancolía de sus teclas hacen la invitación, evocando retrocesos y, el apremio inherente por acariciar el blanco y negro de sus teclas; bailo los dedos sobre ellas llenando el espacio sombrío de una melodía propiciando equilibrio en cuatro paredes; rígidas, sin importar que estas avancen en un perímetro circular sobre mí reduciendo la habitación, siendo eslabones que ofician el desagravio y estrangulan el aire, no me detengo, mientras el etéreo y melifluo sonido acompañante no se marche, el jardín de mis pulmones, tantas veces «The Poison Garden» recibe el oxígeno arrebatado.
Cuando la tarde muriendo se avienta a la despedida doy el zigzagueo final, el monstruo ya no ruge, se ha ido con la pieza.
—¿Nicco?
La voz de mi madre llega después de la tormenta, tira al blanco, la necesito y cuando la tengo de frente me lanzo a sus brazos como un niño.
Sí, como ese pequeño de once años al que la vida le quitó en un segundo: alas, vida, coraje y confianza, arrebato que esa mujer amándome incondicional, sabe anular con sus delgados brazos.
—Mammà.
...
E L C H I C O Delle F R A G I L I T À ©
H R. D e s i r e e
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El Chico Delle Fragilità ©
RomanceNo creyó que vivir bajo el mismo techo que un taciturno y peculiar joven le cambiaría la vida. Niccolò Rossi, su nuevo compañero de piso solía ser retraído, lejano y hermético. Y, ella estaba ahí, atraída por el muchacho que suponía, encerraba en s...