«D I E C I S I E T E» /Clara

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Desesperación

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Desesperación

...

He quedado encantada con la lasaña vegetal, sigo sin memorizarme el nombre, se me hace complicado. Después de compartir juntos, me quedo un rato en el living con Silver a mis pies, no para de jugar con esa pelota de goma que le compré. Hace rato que no vuelvo a saber de Nicco, está en su habitación, ojalá estuviera aquí conmigo, interactuar siempre hace falta, él huye tantas veces, es raro cuando se queda a platicar.

Texteo a papá mientras rebusco una idea en mi cabeza, hoy que necesito un plan para animar a alguien, ni yo me siento empujada, creo que pensar mucho en el cruce de límite de ayer, me está arrastrando al silencio. Es que no sé cómo intentar acceder a lo más recóndito de él, también me rindo muy fácil. Y por otro lado, siento que es de un loco estar al pendiente de esta manera de una persona. ¿Qué pasa conmigo?

Al menos cambió de parecer y me acompañará esta noche a salir. Sonrío, ¿debo considerarlo un avance? Al menos cedió sin alguna insistencia detrás, eso creo.

—¿Tú qué dices, Silver? —me agacho y muevo la palma sobre su cabeza.

Ronronea en respuesta.

Vuelve al jugueteo. En vista del aburrimiento que me araña, ya me arrastro por el piso agobiada por la suma de la flojera en mi sistema. Me sumerjo en los cuadros, los que me han dejado boquiabierta e incrédula la primera vez que los vi.

Es que Rossi es importante, un famoso pintor italiano que...

—No puede ser, ¿es posible que... —me tapo la boca, vuevo a poner los ojos sobre esa firma y pienso en Niccolò, lo avalo con la certeza que aflora, pero necesito que él me lo confirme.

Me dirijo a la habitación de Niccolò, ¿será un momento inoportuno? Hace rato que no sé de él; freno ante esa puerta, con el debate mental si tocar o no, me lanzo a lo primero.

—Niccolò, necesito hacerte una pregunta —emito, al poco tiempo del toqueteo rítmico, asoma la cabeza, parece adormilado.

—¿Qué sucede? —su voz es más ronca de lo habitual.

—¿Estabas dormido?

—Necesitaba una siesta, ¿qué pasa? —vuelve a inquirir.

—Iré al grano, ¿eres pariente de Rossi, de Guido Rossi el pintor?

—Sí, ¿no te lo conté? —frunce el ceño, se manda una mano al cabello.

Abro los ojos de par en par.

—No, no me lo dijiste, pero que sorpresa, ¿es tu tío, abuelo o...

—Abuelo paterno —simple, interfiere, cortando la oración.

No encuentro un vestigio de emoción al dar la noticia.

—¿Qué se siente ser el nieto de Rossi? —suelto, una sonrisa sincera nace en mis labios, la borro al instante en que percibo su seriedad noqueante.

El Chico Delle Fragilità © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora