«O N C E» /Clara

321 32 2
                                    

La Videollamada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La Videollamada

—Clara Briscoe—

...

¡Genial!

Encuentro rodajas de banana, perfecto para hacerme el desayuno. No creo que a Niccolò le enfade que tome un poco de su cereal y leche. Cuando me paguen se lo devolveré. Pienso en la noche de ayer, la cena que hizo y quisiera igualar su amabilidad de convidarme a comer. El problema es que no hago nada bien, es un chico crítico con la comida, no estoy dispuesta a ser su hazmerreír.

Me siento en el taburete, el tiempo apremia, por lo que engullo cuchara tras cuchara con premura.

Nicco no está por aquí, creo que ha salido temprano. Al menos que esté durmiendo a pierna suelta. No lo sé, algo me dice que salió antes de que llegara el sol. En ese caso, ¿A dónde habrá ido tan temprano?

Buongiorno.

Hablando del rey de Roma, se aparece de pronto. Viene con ropa deportiva, a simple vista sudoroso, todo su pelo desprolijo y mojado.

Buenos días, ¿cómo estás? —emito como si nada. No me olvido de que ayer me dormí en el sofá, pero desperté en mi cama.

La única explicación es que Niccolò tuvo que cargar conmigo, no sé si deba agradecerle o hacerme la desentendida.

—Normal —me pilla lo que me hice de comer, su expresión asqueada me da risa.

—¿Qué?

—Eres una chica muy rara —se atreve a decirme.

—¿Por qué dices eso? —arrugo el entrecejo.

No me responde.

Murmura por lo bajo, de modo que no sé lo que dijo. No alcancé a entenderlo.

No creo ser la "rara", él es muy extraño.

No me da tiempo ni de limpiar, ya Paula me está llamando, ¿¡Cómo pude olvidarlo!? Es miércoles de ofertas, eso quiere decir que tendremos la concurrencia al tope, igual a más trabajo y por ende estrés superior. No puedo seguir aquí, voy a llegar tarde.

¡Maldición!

Salgo a toda prisa. Casi me olvido de mi abrigo colgado en el perchero, he perdido unos minutos al regresar, ya estoy en la caja metálica. Ni siquiera le tomé la llamada a mi compañera, debe de estar preocupada. Le marco para despejar su posible inquietud.

—Pau, ya voy en camino.

—¿Ah sí? Menos mal, no puedo con todo, y justo hoy no vino Eugenia, según cogió un resfriado, pero sabemos que es una relajada, como sea, llega rápido. Hay poco personal —informa, preocupada.

—Eso hago, voy a tomar un taxi, aunque me duele en el bolsillo —bufo.

—Vale.

Me guardo el teléfono. Hoy será una jornada ardua, no sé hasta qué día voy a seguir allí, siento que se me va la vida en la boutique, ¿y qué hay de mis sueños? Vaya instante para ponerme a reflexionar en eso, reposo parte de mi cuerpo en la portezuela del auto, la cabeza en la ventanilla por la que se asoma el panorama de una urbe en movimiento, ajetreo por doquier, el desplazamiento del gentío y de los autos que abundan y crean el típico tráfico mañanero.

El Chico Delle Fragilità © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora