Escalofríos
...—Hipocondría —cito.
Mis orbes barren la tercera línea informátiva, me proporciona sin rodeos el problema, su carga pesada que lo aplasta, la realidad que lo arrroja al vacío y lo deja sumergido en la desesperación.
«Obsesión con la idea de tener una enfermedad grave no diagnosticada.
La hipocondría generalmente aparece durante la edad adulta. Los síntomas incluyen miedo intenso y prolongado a sufrir una enfermedad grave, y preocupación porque los síntomas menores indiquen algo grave. Quienes padecen este trastorno suelen visitar al médico con frecuencia o cambiar de médico»Hay más, mientras leo a profundidad mi corazón se va desprendiendo y al final ya no lo tengo conmigo, cosa que la arretida de los latidos refutan, lo contradice mi desesperado órgano vital que va bombeando sangre con afán.
Llevo casi una semana aquí, pero siento que lo conozco un poco más, el apego a él me devora al saberme enterada de lo que le sucede; a esto se refería Regina, ahora comprendo esa mirada que me pedía quedarme aquí, después de todo tengo un propósito, ¿no? Aprieto los párpados y alejo las manos del teclado, no quiero saber más, esto es mucho, complejo.
Suspiro, pierdo el conteo de la acción, dos tres, cinco, no es suficiente para estabilizarme. Al rato, puedo establecerme y escribo algo que cambie las cosas, que me deje un halo de esperanza y calme esta loca ansiedad ante la noticia.
Niccolò es un enfermo hipocondriaco, pero, ¿por qué? ¿Tiene cura?
—¿Cómo se trata la hipocondría? —susurro a medida que hago la búsqueda.
Y sí, claro que tiene cura, por suerte la hay y debería de sentirme menos abrumada, sucede que no aminora el estado de estupefacción en el que estoy tirada. Me llevo una mano a la frente y trato de accionar, no quedarme ahí, debo hacer algo.
La forma en la que Niccolò se retiró a su habitación... me asusta, su otro lado de arrebato podría afectarme, sinceramente no quiero transitar una zona con bombas escondidas. Aunque por un segundo lo pienso y sé que el desprotegido es Nicco, no yo. Desinflo mis mejillas y me echo hacia atrás sobre el respaldar de la silla. Me toma un tiempo decidir qué hacer, le doy vueltas en mi cabeza, hasta atinar a la correcta, eso creo. No estoy muy convencida.
En pies me sacudo las manos, como si atrapara el apremio que necesito, salgo y toco a su puerta. Se tarda mucho en abrir no sé cuánto tiempo tendré que esperar aquí. El despliegue de preguntas ya ruedan en mi memoria y me arriman a pensar cualquier disparate. Trago duro, mi corazón palpita contra mi pecho, va deprisa. ¿Estará bien? Ejecuto el tercer toqueteo con mayor insistencia.
—Niccolò, ¿está todo bien? Sabes que puedes hablar conmigo, te voy a escuchar... Por favor, al menos respóndeme —añado, ya vuelve a anudarse ese intruso en mi garganta.
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El Chico Delle Fragilità ©
RomanceNo creyó que vivir bajo el mismo techo que un taciturno y peculiar joven le cambiaría la vida. Niccolò Rossi, su nuevo compañero de piso solía ser retraído, lejano y hermético. Y, ella estaba ahí, atraída por el muchacho que suponía, encerraba en s...