IX. Plateada.

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Ikeru se despidió cortésmente de Moroha antes de que el rey del alba arribara para concretar las sospechas.
El astro solar se ocultó de la faz de la tierra dejando paso al mar y su noche encantada.
Habían traspasado el límite entre las corrientes comunes a las aguas espirituales.
Kirinmaru se posó en la nave olfateando el aroma que el demonio de las flores había soltado al pasearse de un lado al otro, ese falso hedonista.
Con una mirada rápida constató de que nadie de la tripulación se hallaba fuera del Tekkousen, este era su barco que respondía ante su presencia.
Antes de importarle sobre la estadía del visitante prefirió caminar hasta la sala del trono donde las lámparas de aceite ardían con ahinco, Kumo lo esperó, reverenciándolo mientras el Daiyokai se dejó caer en su trono cansado del viaje, cada vez sentía que la corriente del aire le quitaba años de vida.

—Bienvenido mi señor, ojalá haya completado su viaje con éxito.— deseó ella arrodillándose delante

—¿Ikeru le ha dicho?— Kirinmaru fue directo al dejar escapar las palabras de sus labios.

—Me temo que sí pero usted ya lo sabía, usted siempre sabe.— Kumo se enderezó colocándose al lado del trono

—No ha cambiado nada desde la última década, ¿y la cuarto demonio?— Kirinmaru cerró los ojos mientras la sierva empezaba a desatar los guantes del rey de las bestias

—En la cocina en compañía de Kimi.— la pelirroja le quitó la prenda con cuidado antes de que él levantara su mirada hasta ella

—¿En la cocina?— no era una pregunta en sí, era una duda retórica ya que ninguno en la tripulación antes necesitó ir allí

—Se que lo olvida pero una criatura mortal necesita alimentarse para seguir viviendo, su invitada debe comer diariamente.— le explicó Kumo acariciando el ante brazo de su señor aún cubierto por el kimono superior.

—Supongo que lo olvidé, Kimi es buena improvisando.— recordó él tratando de tranquilizar su agitado espíritu.

La noche invitaba a dejar escapar algunos pensamientos que atormentaban en la eterna masa azulea del océano, aquí en medio de nada y todo.
Al estar en territorio neutro Kirinmaru pulía sus sentidos naturales escuchando la madera rechinar, las estrellas caer.
Ikeru olía como a toneladas de flores impactando en el olfato del señor de las bestias, tardaría días para que el perfume áureo abandonara el barco pero no fue la única decencia que se hizo a la par de las habitaciones.
De manera tímida el aroma de tierra fresca y una gota de sangre anhelaba las esquinas de la sala, entremezclándose con la del demonio de las flores.

—Así que se llevaron bien.— susurró él notando como ambas fragancias se entrelazaban

—¿Le parece bien dejarla sola? Este barco le pertenece a usted, creí que...— mencionó ella pero Kirinmaru se levantó antes de dar otra palabra

El rey del alba tenía asuntos con la cuarto demonio.

Kimi tomó un cuenco con algo de pescado seco que tenía guardado no desde hace mucho, Moroha vigilaba el arroz que se cocinaba en la pequeña olla que hervía sin cesar.
Habían olvidado por completo que la chica era mortal y como todo humano necesitaba alimentarse.

—Lo siento, al estar lejos de los humanos no recordaba que necesitaba de comida.— se disculpó Kimi macerando el pescado hasta hacerlo casi polvo

—Trabajar para los grandes demonios debe ser difícil además ellos casi nunca comen, ¿verdad?— Moroha disminuyó la importancia revolviendo la olla

—La señorita Zero casi nunca se alimentaba, el señor Kirinmaru prefiere los frutos.— asintió la rubia tomando hierbas frescas entre las manos

Mitad humana, mitad reina. [Terminado] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora