XI. Jardines

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Moroha se quedó al lado de la pequeña fogata que Kimi fue capaz de encender secando parte de su cuerpo y cabello, el largor inusual que la peineta encantada le había concedido hacia difícil la tarea de manejarlo.
Kimi había recibido lo que Haiiro trajo consigo del mercado del puerto con las monedas que la chica tenía ocultas en su moño, la cuarto demonio se preguntaba si realmente lo que Mamu le concedió era un alivio para su alma o un sufrir interno.
A pesar de no conocer a sus padres los amaba en un sentimiento que jamás pudo explicar, los otros recuerdos hicieron que su corazón se nublara en fragilidad provocando en la muchacha un sollozo casi inaudible.
Kimi no la culpaba, Mamu era un espíritu que mostraba recuerdos hermosos pero también transformaba la verdad en tristeza, ella era una joven humana con un espíritu quebrado.

—Señorita Moroha, no debería llorar, falta poco para llegar al castillo de Ikeru.— le susurró la sierva aunque Moroha no le contesto

—Lo lamento, allá abajo... Vi mis memorias.— le contestó la pelinegra desanimada

—¿Fue malo? ¿Sus recuerdos están llenos de cosas horribles?— preguntó Kimi a lo que la invitada negó con la cabeza —Entonces solo lleva penas en el alma, no todos los seres tienen el valor para dirigir las desgracias a flote sin caer en la ira, debería estar orgullosa.— habló la rubia, los ojos de Moroha se llenaron de lágrimas y en una corta carrera se abalanzó hacia Kimi para abrazarla

—¿Porque cosas malas le suceden a las personas de mi alrededor? Es que... No es justo.— gritó entre sollozos mientras Kimi únicamente la consolaba

Las lágrimas rebotaban en el suelo como gotas de cristal haciendo que la madera del Tekkousen rechinara, el barco en sí pudo sentir la tristeza de la chica.
Kirinmaru quien había tomado el lugar  de nuevo escuchó como su barco se retorcía también logrando oír las gotas de sus ojos rebotando contra el suelo, ciertamente esta chica cubría perfectamente el lugar de su hermana.

—Kumo, ve por ella, dile a Kimi que se quede.— ordenó el rey del alba apretando con sus garras a cada costado de su trono

Kumo asintió y con paso ligero se encaminó a la cocina, al abrir la puerta el deplorable espectáculo le causó malestar.
Kimi cruzaba el límite de la gentileza con el de humillación, la humana se avergonzaba bajo esa falsa apariencia de víctima agonizante que tanto detestaba.

—Kirinmaru quiere verte, niña.— anunció la demonesa entrando a la habitación

Moroha soltó a Kimi secando sus lágrimas con la manga del simple kimono interior, la sierva estaba dispuesta a seguirla pero Kumo la detuvo.

—Puede llegar a la sala del trono sin tu ayuda.— afirmó Kumo haciéndole entender que debía quedarse allí

Moroha la miró al ras de su hombro a punto de cruzar las puertas, ¿que opciones tenía ante la llamada de su captor?
Kimi le sonrió y asintiendo la animó a continuar con su camino sin su apoyo.

Finalmente los pasos de la cuarto demonio se volvieron inaudibles, Kumo suspiró pesadamente antes de acercarse a su compañera y proveerle de una bofetada.
Kimi se quejó de dolor mientras un hilillo de sangre escapó de la comisura de sus labios.

—¡Ridícula! ¿Desde cuándo te has vuelto condescendiente? Deja de tratar a la humana como si fuera la señora de este barco, es la enemiga de nuestro señor, si pudiera lo mataría.— le recriminó la ojiplateada mientras Kimi cubría su mejilla herida

—Hablas mal de los humanos, sin embargo te portas como una mujer celosa, Kumo.— susurró fríamente la rubia dejando a la otra sin palabras, Kumo nunca había recibido una ofensa semejante en su larga vida de demonio, mucho menos si trataba de su señor a quién cuidaba con el trato de rey absoluto ya que para ella Kirinmaru era el único que merecía alabanzas de grandeza.

Mitad humana, mitad reina. [Terminado] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora