XXVII. Lava

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Moroha parecía perdida en medio de su sueño.
En realidad esto era un recuerdo, uno de su infancia.
La pradera de los lobos se veía reverdecida mientras las libélulas volaban entre los pastos cálidos de primavera.
La pequeña Moroha jugaba entre los mismos tratando de atrapar alguna de los insectos danzarines pero todos parecían percatarse de su presencia.
Intentó esperar, saltar encima de ellos, hasta confundirlos con sus dedos pero nada parecía funcionar.

La maestra Yawaragi apareció tras de ella riendo, ella había sido lo más cercano a una abuela para la chiquilla, la demonesa de blancos cabellos observó de brazos cruzados cada vez que la niña falló en cazar el tan anhelado animal.

—¿Aún no puedes encontrar la manera de atraparlos?— le preguntó a lo que la niña negó sin ánimos —Bueno, existen dos modos: o encuentras la manera de agarrarlos por tu propia cuenta o los matas.—

El comentario hizo que la niña refunfuñara de mal humor

—No quiero matarlas, quiero tomar una entre mis dedos.— le dijo la niña a lo que la loba le ofreció su mano

—Si no encuentras el punto medio entre tus deseos y tu habilidad no podrás hacerlo, volvamos a la cueva, el sol cae.— pidió Yawaragi antes de tomar la mano de Moroha para caminar con ella a través de la pradera. —De todas formas no deberías estar sola aquí, ¿Ayame no pudo acompañarte hoy?—

—Mamá Ayame está ocupada agrandando la madriguera, tendrá un cachorro pronto.— jadeó con lejanía la pequeña

—¿Eso te molesta? Tendrás un hermano o hermana para jugar, alguien con quien pasar tiempo.— le sugirió la mujer pero Moroha hizo un gesto de capricho

—No tendrán tiempo para mí, si nace un bebé ya no seré la pequeña de la casa.— gruñó la alumna pensando sobre eso

—Un nuevo miembro en la manada no significa menos amor para ti, es más alegría en la familia. Es normal que te sientas insegura pero ten en cuenta que ningún niño remplaza tu lugar porque te amamos de una manera única.— trató de calmarla la maestra a lo que la infante quedó en silencio. Al cabo de unos minutos llegaron a la cueva donde Ayame salió a su encuentro.

—Estaba preocupada por ti, mi niña.— aseguró Ayame agachándose hasta la altura de la criatura con los brazos abiertos, Moroha dudó antes de observar a Yawaragi quien asintió.
La hija adoptiva del clan se abalanzó hacia la señora de la tribu abrazándola. —Gracias, Yawaragi.— agradeció la pelirroja con una sonrisa antes de marcharse con la niña en brazos

Los demás miembros de la tribu la saludaban e incluso felicitaban.

—Tu padre aún no ha llegado, me diste un buen susto.— respiró con calma la esposa de Koga 

—Mamá... el bebé que llevas dentro ¿me va a querer?— dudó la niña algo desorientada

La pelirroja rió colocándola en la madriguera de paja.

—Lo sabrás cuando le veas a los ojos, el amor se ve en la mirada de quienes te rodean, es como un brillo especial en las pupilas.— explicó la loba mostrando sus ojos a la pequeña

Sus ojos brillaban cada vez que su hija la observaba en un verde vivo. Moroha sonrió esa vez tranquilizando su desasosiego.

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Tan suave como cayó en el sueño volvió a despertar con las sábanas entre los dedos.

Había olvidado por completo los recuerdos de aquél día, sobre todo la charla con su madre adoptiva respecto al amor, ¿por qué su mente trajo las imágenes de su pasado durante el viaje? Quizá ella lo necesitaba.

Mitad humana, mitad reina. [Terminado] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora