XVII. En el recuerdo

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La batalla con las bestias de Zero había terminado a la mañana siguiente cuando la imagen de un dragón de cristal apuñalado a la mitad cayó al barco.
Tuvo que ser la cuarto demonio, ¿quién  más cometería una tontería así y triunfaría si no era ella?
Desde que la tormenta de dragones la atrapó no la habían vuelto a ver.
Kimi llamaba insistentemente por el nombre de la chica desde cada borde del barco, de estribor a babor y de proa a popa pero sin respuesta.
Zero... Oculta en un remolino de odio que podía matar a todos en un instante casi los hundió en el fondo del mar.
Kirinmaru tuvo una noche agitada por lo que decidió descansar sin éxito.
Kumo fue reprendida pero no castigada, la demonesa de las telas quedó atónita desde la noche pasada, ni una palabra salió de sus labios sellados.
Haiiro salió a sobrevolar las zonas cercanas en busca de la muchacha que había sido tan tonta como para enfrentar  un encantamiento por ella misma.

Moroha, en cambio, reposaba en una apartada roca en donde cayó después de clavarle su espada al centro del hechizo, su cuerpo no podía moverse.
El dolor insoportable de sus brazos haciéndole imposible el siquiera levantar la cabeza, su cuerpo no respondía a su pensamiento a pesar de que podía recordar.
Yawaragi le había dicho que llegaría el día en el que tendría que dejar la manada aunque al enterarse de su verdadero proceder las cosas cambiaron rotundamente.

"Ella... ¿Ella estaba llorando?" Trató de recordar la muchacha "No lo sé."

La cueva... La cueva donde se crió olía a flores y a pasto seco, al agua de la cascada.
Siendo pequeña muchos niños jugaban con ella pero otros la ignoraban, no fue sencillo aceptar la realidad de que era diferente a los demás.
¿En que momento se enteró de que no era hija de Koga y Ayame? Todo era tan confuso, sus ideas, sus pensamientos.
El agua del mar se movía gentil en esa mañana, el frío bajaba de su cintura para abajo mientras la corriente trataba de despertarla.
Un ave giraba en círculos por encima del cielo mientras sus cantos se oían desde abajo pero ella no tenía la suficiente fuerza, el ave dio otras tantas vueltas antes de que un pequeño punto negro se tirara de la misma.

—¡Ama Moroha!— gritó Myouga antes de aterrizar en la roca —¿Que hace aquí? En medio del océano, esto está mal.— desesperó la pulga saltando alrededor —Ama Moroha, despierte, por favor.— gritó el anciano sin respuesta

Los ojos de la chica se abrieron pero no al mundo mortal sino al mismo vacío que ya presenció cuando luchaba con Ikeru, los cortos pasos de una presencia se acercaban con el sonido de una gota de rocío cayendo al suelo.
La sombra de una mujer majestuosa se acercaba, con cada paso pudo reconocerla más hasta que la misma se sentó cerca suyo de rodillas para tomar su cabeza en su regazo.

—Abuela...— susurró la joven a lo que la presencia de Izayoi sonrió

—Moroha, no debes rendirte ahora.— le aconsejó la princesa acariciando su cabello —Eres igual a tu padre, no tuviste una vida sencilla.—

—No es que quiera rendirme solo que no sé como continuar, ahora mismo no puedo moverme y ni siquiera sé adonde estoy.— le respondió su nieta levantando la mirada

—La ayuda viene en camino, no desesperes amor mío, abre los ojos.— insistió la mujer a lo que su nieta intentó moverse

Abriendo los ojos esta vez a la realidad la chica observó como Myouga saltaba alrededor suyo

—¿Anciano Myouga?— susurró ella tratando de enderezarse con las manos

—¡Ama Moroha! Gracias a los dioses, esta viva.— lloró la pulga

—¿Que haces aquí? Mejor dicho ¿Cómo llegaste hasta aquí?— curioseó la chica levantándose poco a poco

—Towa y Setsuna me buscaron para encontrarla, tienen la intención de salvarla.— le comentó él con suma seriedad

Mitad humana, mitad reina. [Terminado] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora