XIV. Tristezas del alma

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Kumo remendó de malas ganas el kimono de Moroha hasta dejarlo casi perfecto, al ser la demonesa de las telas le era sencillo arreglar, crear o presentar las prendas sin el uso de una aguja.
Kirinmaru tenía en mente arribar pronto cerca del bosque nevado donde Juro, la demonesa, vivía lejana a los demás Yokais.
Un nuevo Kimono fue hecho para la cuarto demonio mientras el furisode naranja y turquesa fue destruido por la sierva.
Kimi tuvo que esperar a que llegara el tardío atardecer para entrar nuevamente en la recámara de la muchacha, trayendo el nuevo kimono entre sus brazos la rubia pensaba en sus actos mientras el servicio a Kirinmaru nunca fue tan difícil antes, el rey del alba quería que la muchacha se restableciera lo antes posible para luchar pero la crueldad hacia ella no se detenía.
Abriendo las puertas pudo ver a la chica sentada de rodillas encima del futon colocando flores negras en su cabello, las flores de la estrella, como Ikeru las llamaba, emanaban un aroma agradable y brillaban ya que su polen le daba una falsa apariencia de limaduras de plata.

—¡Señorita Moroha!— gritó de felicidad la demonesa soltando la prenda mientras corría hacia ella

—Kimi, tranquila, estoy bien.— la consoló la cuarto demonio mientras la otra la abrazaba

—Lo siento mucho, ¡perdoneme! Tuve que haber parado el duelo aún sabiendo que Kirinmaru podría matarnos a todos.— sollozó la otra sierva

Moroha no entendía el cuidado de Kimi para con ella, tuvo que indagar quizás curiosa y no tanto preocupada

—Me tratas como a una hija, dime ¿porqué lo haces? Es peligroso que me tengas tanta estima con Kirinmaru como amo.— preguntó ella de manera tranquila, el gesto de la demonesa cambió aunque las lágrimas seguían brotando de sus ojos dorados

—Hace mucho tiempo no era quien usted ahora conoce, años atrás yo odiaba a los humanos ya que destruyeron mi hogar matando a muchos pobladores incluyendo a mi familia. El responsable de esto era un terrateniente hambriento del reconocimiento del emperador, buscaba tierras que ocupar, tierras que cultivar pero los demonios ocupaban las tierras. Cuándo la masacre sucedió no fui capaz de hacer nada ya que era una niña, con el paso del tiempo el terrateniente fue tomando otras tierras, arrasando villas de demonios completas.— recordó la rubia acercándose a la ventana de los aposentos.

—¡Eso es horrible! El terrateniente no tenía honor, uno nunca debe luchar contra los desarmados ni manchar tierras con sangre inocente. Kimi... Lo siento.— se disculpó ella a lo que una pálida sonrisa se dibujó en el rostro de la otra muchacha

—Cuando finalmente tuve edad empecé a trabajar como asesina para algunos clanes de demonios, en aquel entonces me hervía la sangre de odio hacia los hombres, creía que la humanidad tenía la culpa de la muerte de mi familia.— exclamó Kimi lejana al tono gentil que solía usar

—¿Una asesina? ¿Tú?— se sorprendió Moroha —Pero no pareces ser...— susurró insegura

—No todos somos lo que fuimos alguna vez, señorita Moroha, tenga en cuenta el pasado.— pidió Kimi casi aconsejándole

—Llegó el día en el que cobraría venganza: me contrataron para matar al terrateniente ya que amenazaba a la familia de los demonios serpientes que no deseaban mancharse las manos con sangre humana. Una noche entré a la ciudad de este hombre, hasta el castillo que el emperador le regaló y ahí estaba, sentado con la armadura de samurái, me dio asco de solo verlo. Se supone que le diría porque lo asesinaría, cuáles eran mis motivos pero la ira se adueñó de mí y en mi arrebato le clavé mi cuchilla en su garganta pero...— se detuvo Kimi apretando la madera de la ventana con sus manos

El recuerdo la acosaba, la mataba día a día sin poder ponerle un fin a la eterna culpa, la chica que murió por su rabia... Sus manos cubiertas de sangre inocente, el terror en los ojos de la joven...

Mitad humana, mitad reina. [Terminado] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora