XX. Salpicadura

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Kumo fue enviada a los aposentos de la muchacha luego de que le fuera ordenado darse un baño primero.
Los motivos en la tela se veían realmente exagerados esta vez, pavos reales dorados en un trasfondo de color verde hoja agregando una capa más de Kimono.
Esta vez Kirinmaru y las chicas la acompañaban por motivos que desconocía, "Azami" parecía ser una villana de eras de reconocimiento, en la voz de los que habitaban el barco se podría notarse el malestar ante la presencia de la demonesa.
Las manos de Moroha se sentían heladas esa tarde e incluso Kimi le aconsejó guardarlas dentro de las mangas para mantenerlas tibias.
Estas manos frías no hablaban de un clima gélido sino de las ansias por enfrentar a la próxima en la lista porque ella sabía que no sería gentil, que no tendría sonrisas e historias esta vez, Kirinmaru se lo advirtió, Moroha decidió tener su consejo en estima para evitar cualquier tipo de sorpresa.

El aire había desaparecido dejando paso a la sal del océano levantándose en desesperación.
El silencio irrompible se implantó en los cuatro antes de que un aroma dulce pero tóxico invadiera la vaga corriente que recorría el barco.
Advirtiendo que algo se acercaba Kirinmaru empujó a Moroha hasta hacerla caer en el suelo

—¡Oye! ¿Qué te sucede?— gruñó la cuarto demonio en el piso.

Tres Tama Kanzashi se clavaron debajo del abdomen, brazo izquierdo y cerca del corazón del rey de las bestias provocando un pequeño quejido de su parte además de un hilillo de sangre por la esquina de su boca.

—¡Señor Kirinmaru!— exclamó Kumo arrodillándose al lado de su amo

Moroha no entendió nada de lo que sucedía, ¿se supone que esos adornos debían ser para ella? ¿Que estaba pasando? ¿Quisieron matarla sin previo aviso? De ser así... ¿Porqué Kirinmaru la salvaría de semejante cosa?

—Mi señor...— susurró la aterrorizada sierva observando como el Daiyokai se quitaba el primer arreglo del brazo

—Por cosas así no acostumbro a quitarme mi armadura.— aseguró tirando el adorno de cabello ensangrentado al suelo

Una presencia imponente bajó desde el cielo de espaldas a ellos, el lujo y la abundancia se perfilaban en la invitada incluso sin ver su rostro, Azami portaba un kimono que parecía ser una prenda de la emperatriz en elegancia y adornos.
El cabello repleto de peinetas, y dos tiras de flores rojas que vestían el rodete que peinaba.
Olía a mirra, a otras cosas que Moroha no supo descifrar con su olfato.

—Al fin, sentir a una humana aquí me revolvió el estómago, creí que sería posible pero de seguro ella estaba aquí para matarte, ¿no es así? Kirinmaru.— comentó primeramente pero al darse cuenta vio a la joven humana enderezándose del suelo con una expresión fiera.

—Tenía en cuenta eso, la humana es mi invitada, Azami.— le respondió el rey del alba quitándose otro de los adornos de su pecho

Dándose vuelta fue visible la belleza de la demonesa en su rostro elegante, bonita pero frustrada por no haber asesinado a Moroha.

—¿Ésta es tu invitada? Una muchacha común, ordinaria, sin una pizca de gracia. Una humana, de todas las criaturas tuviste que traer una cuarto demonio impura.— cizañó la demonesa observando la simpleza de la chica

—Aún así, ¿Quisieras guardar tus odios pasados y hablar tranquilamente?— pidió con calma el pelirrojo terminando de arrancar el último arreglo de su cuerpo.

—Si he de hablar será contigo, no le dirigiré la palabra a una humana.— alegó Azami con una tranquilidad neutra

—Si bien esta cuarto demonio no cumple con la necesaria pureza de sangre el chorro que lleva dentro es verdadera sangre de Inu no Taisho. Te prohíbo que trates de matarla no como amigo sino como rey de las bestias, Azami.— exclamó a lo que la hermosa yokai redobló las cejas en hastío

Mitad humana, mitad reina. [Terminado] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora