30- Las jodidas consecuencias

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DANILO:

Tenía diez años cuando Enma nació. Recuerdo que mamá demoró horas, casi un día entero en parir y papá caminaba de un lado a otro en el pasillo de aquel dichoso hospital; yo odiaba el olor a medicinas pero me lo aguantaba por mamá y por mi hermana que venía en camino. La amé solo al verla y la amé más mientras la cuidaba, mientras jugaba con ella, la protegía de quién fuera y la llevaba a clases de ballet cuando mamá no podía. Con el tiempo las responsabilidades en la Organización nos separaron casi constantemente el uno del otro pero yo seguí ahí, al menos lo intenté hasta que el hijo de puta que la llevaba a casa una noche en auto la dejó en una silla de ruedas.
Yo vi con mis propios ojos cómo la vida de Enma se volvía gris, sus ronrisas se perdían, incluso el acuerdo de matrimonio que papá había pactado con los Wilson se echaba por tierra. Un año muy duro para todos pero incluso peor para ella, mi pobre Enma que dejó para siempre el baile. Meses después padre moría y me hizo jurarle que la protegería contra todo y contra todos. Eso quise hacer al ver la oportunidad delante de mis narices, sí, pensé en Enma casándose con Samuel y no dudé dos veces, sabía que era lo correcto. Mis acciones, en cambio, no fueron las correctas. Sé que le mentí a Enma haciéndole creer que Samuel sentía algún tipo de atracción por ella, que le gustaba, para ser exacto. Sé que debí decirle la verdad pero no quise verla triste envuelta en un matrimonio concertado. ¡Qué idiota! Era precisamente eso a lo que la estaba sometiendo. La protegí de todos menos de mí y hasta hoy no me lo había perdonado. Sí, hasta hoy no pude perdonarme lo que le hice, sin embargo, ella misma se ha encargado de devolverme la jugada. Enma se ha hecho cargo de mentiras y me ha devuelto la puñalada, puede que la herida hoy sea mucho peor y no pueda sanar.

El más feroz de los recuerdos que ahora hostiga mi mente es previo a esa noche del accidente de Enma. Estaba delgaducha y a punto de rozarme el hombro, las hormonas empezaban a cambiar su cuerpo y estaba creciendo por día. Sin embargo todavía no perdía la niñez en su rostro, ni mucho menos en esa cabecita suya, eso me aliviaba. Enma saltaba de un lado para el otro y giraba y giraba mostrándome los pasos de ballet que se había aprendido para la función. Usaba su tutú favorito y se había dejado el pelo suelto a petición mía, así lucía muy bonita. Hoy podría sustituir esa imagen por la que hay ante mis ojos pero me dolería. El sentimiento de felicidad que acompaña esa vieja escena en la que Enma bailaba para mí no es ni un cinco por ciento parecido a lo que siento en mi pecho ahora, que después de tantos años, puedo verla firmemente erguida.

- La operación a la que me sometí en Francia sí dio resultado - sonríe como la niña que fue pero sus labios se convierten en una fina línea al ver que yo no me inmuto -. ¿Qué sucede? ¿Por qué no hablas? Debes tener preguntas, lo sé, y voy a responderlas una a una.

- ¿Quién me asegura que cada palabra que sale de tu boca no es mentira?

- Soy tu hermana Danilo, soy tu sangre y siempre tuve motivos para mentir. Ahora ese motivo está..mmh..

- Muerto - suelto con valor la palabra que no se anima a decir -. Samuel está muerto y ahora vas a salir de esa silla porque te has deshecho de él.

- Yo no soy como Sofía, Danilo, ni tan siquiera como Serafina que a pesar de traicionarnos es feliz casada y con hijos. Yo quiero libertad - vuelve a su rostro esa gigante sonrisa - y es esta, soy libre al fin de esa silla y estoy de pie frente a ti. No sabes, te juro por Dios que no sabes, cuánto he querido gritar a todo Chicago que sí que puedo caminar.

- Pero no lo harás.

- Y tienes razón, aún no puedo hacerlo. No hasta un tiempo después del funeral, bastante tiempo después y ten por seguro que no me casaré, ni con Charlie ni con nadie.

Rodando en Mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora