| Capítulo cinco |

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La semana pasó como agua entre los dedos. Ver películas con Adrián se volvió rutina. Vimos un sinfín de historias de amor a lo largo de la semana. No importaba qué tan cansados estuviéramos, siempre terminábamos sentándonos frente al televisor. Cuando terminamos con todas las que nos parecieron interesantes pasamos a nuestro repertorio confiable: Las de terror y acción.

Al fin era viernes y ya no vería a mi horrendo jefe hasta el próximo año, aunque tuviera que ir toda la próxima semana, pero no era lo mismo. Después de platicar con las secretarias me di cuenta que a todas les hicieron lo mismo, aquí que estaríamos sólo nosotros trabajando con los pendientes. Podríamos comer o escuchar música en el área común, Por lo regular los teléfonos no sonaban cuando ellos no estaban y si llegaban a sonar se les decía que no se encontraban y ya no volvían a llamar.

Cuando se fue el licenciado me dijo que no lo molestara a menos que fuera algo demasiado urgente, si sucedía que le llamara al hotel para nada al celular, por los costos de larga distancia.

Era libre y para celebrarlo Adrián me llevaría a una fiesta a la cual unos compañeros de su trabajo lo invitaron. Era en una discoteca de moda, ni siquiera recuerdo el nombre, pero lo que sí sé es que ya no existe, en su lugar crearon un  conjunto habitacional.

Pasó por mí cerca de las ocho de la noche. Tocó a mi puerta. Cuando le abrí el estaba recargado sobre su brazo derecho en el umbral de mi puerta principal. Vestía bastante elegante y había dejado sus gafas de lado. Era como otra persona cada vez que se las quitaba. Yo estaba a medio maquillar.

Al mirarme que no estaba lista puso los ojos en blanco.

— ¿De verdad, Micaela?

—Si me dices Micaela, menos me voy a apurar. Además es tu culpa pasaste demasiado temprano. Te apuesto que cuando lleguemos estará vacío.

Él pasó. No era tan tonto como para quedarse afuera esperando. Se sentó en el sofá de la sala de estar y yo seguí arreglándome en mi habitación. Cuando salí el estaba quedándose dormido viendo el noticiero. Se veía demasiado tierno, como un niño pequeño y no el adulto de veintisiete años que era.

Me acerqué para despertarlo, pero él al sentir mi presencia se levantó. Sonrió

—Ya era hora. Me estaba quedando dormido

—Estabas dormido. Escuché tus ronquidos hasta mi habitación.

Rió

—Yo no ronco

Rodeé los ojos

—Si quieres nos podemos quedar. Sé que estás cansado

La verdad era que tenía muy pocos ánimos de ir.

—Me estás usando de pretexto, pero eso no ocurrirá—se levantó— ¿Estás lista?

Asentí

—Entonces es hora de irnos.

Tomé mi abrigo y nos fuimos. Afuera el viento era gélido. Estaba arrepentida de haberme puesto vestido. Estaba temblando y Adrián lo notó. Me abrazó.

—Si quieres nos podemos regresar para que te cambies de ropa

— ¿Estás de broma? Tardé muchísimo para escoger este atuendo. Si nos regresamos no iremos a la fiesta— usaba un vestido entallado color negro con unas medias del mismo color y zapatillas. Y sobre él mi abrigo, que a pesar de ser abrigador no era suficiente.

Él rió.

No tardamos en conseguir un taxi. Cuarenta minutos más tarde, debido al tráfico, habíamos llegado a nuestro destino.

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora