| Capítulo uno |

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30 de noviembre 1991

Recuerdo con claridad aquel diciembre de 1991, como si hubiera sido ayer, a pesar de haber pasado varios años. Era muy joven, como para saber lo que me esperaba. No diré mi edad actual, pero en aquel entonces, estaba comenzando mis veinte.

Decidí comenzar con ese día, porque, a mi parecer, fue el día que marcó el inicio de una nueva etapa en mi vida y a veces me gustaba pensar que a él también.Escribí mi historia en este cuaderno, para que viviera permanentemente en algo, porque tarde o temprano, en mi memoria morirá y fue algo tan hermoso, que sería una pena que eso pasara.

Me encontraba en el balcón de mi recámara que colindaba con el de mi vecino. Trazaba líneas en una vieja libreta de dibujo, me ayudaba a despejar mi mente, dibujar era una de mis pasiones, pero nunca me animé a hacerlo de manera profesional, no hasta muchos años más tarde.

Adrián tocaba la guitarra bastante concentrado. Llevaba el torso desnudo y sólo lo cubrían unos pantalones de pijama, comenzaba a sentirse las bajas temperaturas en la ciudad y él andaba como si fuera un verano en la playa, llevaba el cabello despeinado, pero le sentaba bastante bien.

—Hola, vecina—me saludó— ¿Dibujando de nuevo?

— ¿Tocando de nuevo? —arqueé una ceja.

Touché—sonrió —Ya sabes, me ayuda a despejar la mente. ¿Qué hay de ti? ¿Por qué dibujas de nuevo?

—Ya sabes, ayuda a despejar la mente—imité su respuesta. Y era la realidad. Necesitaba aclarar mis ideas, porque mi mente esos días era un caos.

—Tengo que irme. Ya sabes, el trabajo

—Lo entiendo, yo también tengo que irme pronto

—Nos vemos luego—vi como desapareció hacia su departamento.

Por el rabillo del ojo noté como el bulto que se encontraba dormido en mi cama comenzó a moverse. Me levanté de mi silla y fui hacia él, cerré la ventana corrediza y me senté sobre la cama. Moví a la persona del hombro.

—Tienes que irte, estoy a punto de irme a trabajar—Abrió los ojos y me miró incrédulo, al corroborar que vestía mi pijama aún.

—Sigues en pijama

—Lo sé, pero me quiero cambiar y tú sigues aquí.

— ¿Eso que tiene que ver? Como si no te hubiese visto desnuda—rió

—No tiene nada que ver, lo sé, pero me quitarás tiempo que no tengo para arreglarme, en lo que te cambias y haces todo lo tuyo—hice un ademán con las manos señalándolo.

Se sentó. Rodeó los ojos y asintió.

—Sabes que esto no pasaría si aceptaras casarte conmigo.

Reí
—Sabes que eso no pasará, y conoces mi opinión acerca de ello. Soy una chica independiente que no necesita a un hombre para que la mantenga.

Siempre decía esas cosas de broma, nunca en nuestros 2 años de relación lo dijo de manera seria, ni tampoco me hizo una propuesta formal, así que siempre lo tomé como un juego de su parte. Lo quería, pero algo en mí sentía que no era el hombre con el que debería compartir mi vida, no me veía envejeciendo a su lado, ni tampoco con hijos. Mi madre alguna vez me dijo que cuando encuentras a la persona indicada, simplemente lo sabes, hay algo que te dice que es ella, algo que no puedes explicar con palabras, pero lo sientes. Es algo inefable.

Y con Luis, no lo sentía.

Sólo lo había sentido una vez, me dio miedo y dejé pasar mi oportunidad con esa persona.

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora