| Capítulo seis |

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A la mañana siguiente me desperté bastante temprano, gracias a mi reloj despertador, sino, me hubiera quedado dormida para ir a la oficina. Me bañé para terminar de despertar. Me alisté y me fui con rumbo al centro. Como cada mañana de diciembre el viento era frío. Afortunadamente solo iba medio día debido a que no había jefes y no tenía que presentarme hasta el día lunes, por eso mismo podíamos ir vestidas de manera informal. Vestía con jeans, tenis, blusa manga larga, mi abrigo y bufanda, con mi cabello suelto y seco. Me lo sequé antes de salir porque no quería enfermarme.

Cuando llegué a la oficina. Me preparé un café porque la cabeza comenzaba a dolerme por la noche anterior. Llegamos de madrugada al departamento y tenía que levantarme temprano, así que sólo había dormido unas cuantas horas.

Me acerqué a mi escritorio y comencé a trabajar con los pendientes. Leí un par de expedientes e hice anotaciones para escribir los resúmenes que mi jefe me pidió. Como tenía una carrera trunca en derecho y había demostrado tener habilidades para ello, él tenía cierta confianza en mí para hacer ese tipo de trabajo, algo que no les gustaba a las demás secretarias. Porque para ellas era una simple secretaria, pero no veían las habilidades y conocimientos que yo tenía sobre el área que ellas no. Así que en muchas ocasiones escuché como hablaban de mí con envidia, coraje y resentimiento por las cosas que hacía o por la cantidad de dinero que ganaba. Pero yo hacía más que ellas, llegaba más temprano y me iba más tarde y cuando ellas tenían dos horas de comida, yo solo tenía media hora. Pero eso era algo que no veían y de vez en cuando me hacían sentir mal y me atacaban o se secreteaban cuando pasaba o yo estaba presente. Así que trataba de llevar las cosas en paz y yo no las atacaba aunque conociera muchos de sus secretos o cosas que hacía que no me parecían correctas, pero yo me las guardaba para tener un ambiente tranquilo. Aunque a veces quería tener alguien en quien confiar. Cosa que nunca había tenido.

Minutos pasados de las nueve de la mañana comenzaron a llegar mis compañeras una por una. Ellas llegaban y se ponían a platicar entre ellas. Escribían una hoja en la máquina de escribir y platicaban una media hora. Yo desde que llegué me puse a leer los archivos que permanecían en mi escritorio. El cual estaba al fondo del lugar, junto a la gran oficina del despacho. Desde mi lugar podía ver a la perfección a todas.

Cuando dio la hora de la salida ellas se fueron a excepción de una que siguió escribiendo en su máquina de escribir. Media hora antes de la su hora de salida su jefe le marcó por teléfono para que le hiciera unas hojas y se las enviara por fax. Y ahí estaba, terminando su trabajo pendiente.

A mí todavía me quedaba cerca de una hora ahí, para poder irme. Necesitaba terminar por lo menos el archivo que estaba leyendo para poder irme. Por el cristal de la puerta vi como Adrián se asomó, buscándome. Sonreí al verlo, pero la otra mujer que respondía al nombre de Teresa, también lo vio. Y negó con la cabeza.

Se levantó y abrió la puerta.

-Lo siento, pero no estamos trabajando- le dijo.

-No vengo a una consulta, vengo con Mónica Moreno Ibáñez

Ella me miró por debajo de sus gafas.

Me levanté y me dirigí hacia la puerta.

-Hola ¿en qué puedo ayudarte? -lo saludé de manera formal.

Teresa nos miraba con atención, buscando alguna señal que le dijera que estábamos saliendo o algo, para tener un nuevo chisme sobre mí.

Agradecí en ese momento de que Adrián me siguiera la corriente.

-Traigo un paquete para ti-me entregó pequeña caja, la cual se sentía vacía.

-Gracias-él traía una hoja que fingí firmar y él se fue.

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora