| Capítulo ocho |

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El día lunes todas las secretarias ya estaban enteradas que había recibido un paquete y no supe cómo se enteró Teresa que cuando salí me fui a comer con Adrián. Así que fui la comidilla de ellas durante el lunes y lo que continuó de la semana.

Sólo las escuchaba susurrar sobre mi posible relación con él y cómo ya no andaba con Luis. "Qué rápido olvidó al otro" "Para mí que ya andaba con este antes de dejar al otro" "Si que no pierde el tiempo" "Pues no que mucho amor al otro si ya lo dejó".

Me cansaron, pero por tratar de llevar la fiesta en paz no quise responderles, yo conocía la verdad y eso me bastaba. Si ellas querían hablar sobre mí, porque sus patéticas vidas eran demasiado aburridas, era su responsabilidad, yo estaba consciente de lo que conocía y lo que ellas decían no era verdad. Era más la envidia que tenían hacia mi persona, que la buena vibra que pudieran tener hacia mí.

Por más fuerte que fuese, siempre terminaba por derrumbarme y cuando el globo se llenaba de aire, explotaba y era difícil, porque estaba sola, no tenía en nadie en quien apoyarme o en quien confiar. Adrián era un apoyo, pero no podía depender emocionalmente de él, porque sabía que eso no estaba bien. Ninguna persona es tu centro de rehabilitación o salvación. Tu estabilidad emocional no debe de depender de externos, solamente de ti. Pero admito que esos días de diciembre, con él, me ayudaron muchísimo.

Cuando llegué ese día en la noche, fuimos a cenar a una taquería que quedaba a un par de cuadras del edificio. Confieso que todos los días despertaba con la esperanza de hacer algo con él. Me gustaba pasar tiempo a su lado, era bastante divertido.

—El jueves tenemos una posada—me miró fijamente esperando mi respuesta, mientras él le daba la mordida a su taco.

Lo miré de igual manera

— ¿Tenemos? —Arqueé una ceja—Dirás tienes una posada

Negó con la cabeza

—Tenemos, porque tú irás conmigo

Reí

—No puedo. Tengo que ir el viernes a la oficina.

—Vamos, sólo un rato y nos regresamos temprano.

—Por qué no quieres ir solo. Antes de mí ibas a todas las fiestas solo.

Meditó su respuesta por unos segundos, yo le di un sorbo a mi refresco

—Da la casualidad de que dije que iría acompañado. Vamos las fiestas son más divertidas cuando tu vas.

—Pero si vas acompañado te arruino tus ligues

Rió

—No hay y no habrá ligues pronto—me miró esperando mi reacción. Evité contacto visual y le di una mordida a mi quesadilla. —Por favor.

—Está bien. Vamos a tu dichosa posada. Aunque vaya cruda a la oficina y las mujeres hablen de mí

—Por lo menos tendrán algo de lo cual hablar que sea verdad.

Le di un golpe en la pierna por debajo de la mesa. Él hizo un gesto de dolor y me regreso la patada, pero yo fui más hábil y quité la pierna a tiempo.

El jueves fui vestida de manera informal a la oficina, cuando salí fui al museo a recoger a Adrián, debido a que el lugar en donde seria la fiesta quedaba más cerca desde esa parte de la ciudad. Usaba mi abrigo color negro, mis botas del mismo color. En esa ocasión decidí llevar algo más abrigador que el vestido de la fiesta pasada.

Cuando llegué al museo, él ya estaba esperándome en la entrada, nos saludamos con un abrazo y tomamos un taxi para irnos a la fiesta. Al llegar me sorprendió que fuera en una casa, pensé que sería en un local, como la pasada. Saludó a unas cuantas personas ahí y me presentó ante todas aquellas personas. Todos parecían tener la misma edad que él.

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora