| Capítulo doce |

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-Apúrate Micaela, que vamos a llegar tarde-gritó Adrián desde la sala de estar.

-Es una fiesta, a una nunca se llega tarde-me asomé por la puerta de mi habitación. Lo vi caminando de un lado a otro-Y no me digas Micaela-le grité

-Por favor, solo ponte labial y listo-noté un poco de nervios en su voz-Soy padrino, por favor apúrate.

Salí de mi recámara y él me vio como si fuera la primera vez, sus ojos brillaron y sonrió al verme.

- ¿Crees que hubiera sido justo para este vestido ponerme solo labial?

Negó con la cabeza

-Te ves muy hermosa.

Sonreí

-Gracias

Usaba un vestido color rojo de satín pegado al cuerpo. Lo cual hizo resaltar las pocas curvas que tenía.

Tomé mi abrigo que estaba en el sofá, junto con mi bolso y salimos del departamento.

Después de la sopa y un par de días de descanso me sentí mejor, y Adrián me invitó a la boda de uno de sus colegas que se casaba de manera apresurada, porque los rumores en el museo decían que él embarazó a su novia y tenía que cumplirle, eso y que el padre de la muchacha lo amenazó, al menos fue lo que contó Adrián, quizás lo último lo inventó.

Faltaban pocos días para navidad y mis padres no tardaría en marcarme por teléfono preguntando si iría a visitarlos para navidad o por lo menos para año nuevo. Desde que me mudé al distrito federal, los visité como unas tres veces y siempre era en otras fechas, siempre tenía un pretexto para no hacerlo, y esta vez, Adrián me había invitado a pasar las fiestas con su familia, era hipócrita porque buscaba cualquier excusa para no ver a mi familia, pero pasaría las fiestas con la familia de alguien más. Irónico, lo sé.

Llegamos a la iglesia. Era pequeña pero preciosa, adornada con hermosas flores en tonalidades blancas y rosa pastel. Pasamos y nos sentamos en la segunda fila, Adrián me dejó sentada ahí y fue a buscar al novio que estaba parado en el altar, platicaba con él, se notaba nervioso y mi adorado vecino, trataba de calmarlo.

Escuchaba susurros de señoras que estaban sentadas atrás de mí. Yo miraba las figuras de santos que había alrededor de la iglesia. Algunas con la mirada triste, melancólica, mostraban dolor y otras sentían que me juzgaban por quién era; no eran ellas, sino, yo la que sentía de esa manera, era yo la me juzgaba, porque podía ser muy moderna, pero en mí todavía existía un poco de esa mentalidad retrograda con la que fui criada.

Cuando Adrián regresó, tomó mi mano y me sonrió

- ¿Está todo bien? -me preguntó

Asentí

Pero no lo estaba. No pensé que una boda fuera a afectarme de esa manera. Quizás fue, porque en el fondo sabía que nunca iba a tener algo como eso en mi vida.

Adrián no se creyó de todo mi mentira. Así que pasó su brazo sobre mi hombro y me acercó más a él en forma de abrazo.

-Si en algún momento te sientes incómoda podemos irnos-besó mi nuca y dejó posada su barbilla en mi cabeza. En ese instante sentí una gran paz. Una que necesitaba en esos momentos.

Nos perdimos en nosotros, hasta que una señora carraspeó para regresarnos a la realidad. Los invitados se encontraban de pie y la música nupcial inundó el lugar. La novia venía recorriendo el pasillo a paso lento, luciéndose en su gran día. Con una gran sonrisa en el rostro, pero a pesar de su gran sonrisa en sus ojos se notaba incertidumbre por el paso a ciegas que estaba dando hacia su futuro.

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora