| Capítulo veintidós |

49 5 2
                                    




Pasaron un par de días. Comencé a empacar mis cosas, algunas las vendí y algunas las metí en dos cajas que fui y guardé en la sala de menesteres en la casa de mi madre. Aproveché que ella todavía no regresaba de su viaje y las guardé allá. Aún no le decía nada sobre mi mudanza. Quería hacerlo frente a frente, así que esperaría.

Planeé hacerlo así, porque pensaba que si lo retrasaba serían más largos mis últimos días en la ciudad.

Mi departamento era un caos y estaba casi vacío sólo me quedaban los muebles que venían con la renta del departamento, la estufa y el refrigerador. Y un viejo colchón inflable en mi recámara. Al verlo recordé mis inicios en ese lugar y como poco a poco fui comprando las cosas. 

Me encontraba en la cafetería en la que había quedado con él. Ya había pedido un capuchino que con ese clima helado le caía como anillo al dedo a mi cuerpo. Estaba sentada del lado de la ventana y cada cinco segundos miraba la puerta de la entrada con la esperanza de verlo pasar. Bebía de mi café cuando lo vi cruzar por la puerta. Lucía igual que siempre para mí, pero después de ver las fotos viejas de mi mamá, se notaba el paso de los años en él. Traía las típicas gafas de aviador que nunca se quitaba. El cabello corto y se notaba que se había afeitado. Buscó entre las personas del lugar, hasta que me vio. Sonrió al verme entre la multitud y se acercó hacía mí. Me levanté cuando estuvo a mi lado. Lo abracé con gran fuerza. Demasiada, más después de saber lo que pasó.

—Doctor Ruiz, es un gusto verlo.

Sonrió mostrando sus perfectos dientes.

—Eres idéntica a tu madre cuando tenía tu edad

—Mis abuelos me lo dicen mucho.

Nos sentamos

— ¿Cómo has estado? —preguntó mirándome fijamente.

—Bien, trabajando bastante

— ¿Y tu madre?

—Pintando como siempre.

Respiré profundo y solté la bomba.

—Sé lo que pasó entre mi mamá y tú

Me miró sorprendido muy fijamente.

—Bien, supongo que de eso querías hablar. Pero creo que mejor me hubieras citado en un bar, porque necesitaré algo más fuerte que un café para hablar de ello—rió

— ¿Tan malo fue?

Negó con la cabeza.

—Fue hermoso, pero no como terminó.

Se acercó a nosotros la mesera, quien le tomó la orden a Adrián. Se fue y al par de minutos regresó con su café americano.

— ¿Por qué nunca me lo contaron?

— ¿Qué había que contarte? —arqueó una ceja —Imagínate—rió— ¿Qué hubieras pensado si un día llegamos y te decíamos: Oye Valentina por cierto tu madre y yo tuvimos un romance, casi soy tu padre pero por desgracia fue un idiota que no quiso a tu madre y que solo jugó con ella? —Lo miré sorprendida y él se dio cuenta de mi reacción—. Lo siento, no quise decir eso. Es sólo que todavía me afecta un poco. Es que siento que tu madre no tomó la decisión adecuada.

— ¿Qué querías que hiciera? Que se fuera contigo, para que después de un tiempo tú le reclamaras por cosas insignificantes. Ella tomó sus decisiones pensando no solo en ella, sino, en mí también.

— ¿Cómo te enteraste de lo que pasó? Porque dudo que ella te lo hubiera contado—le dio un sorbo a su café.

—Encontré una caja en la sala de menesteres

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora