Estaba en el departamento de mi madre. Quedé de pasar por ella para ir al restaurante en el que nos encontraríamos con Adrián. Cenaríamos juntos, como la familia que debimos haber sido. Sentada en la sala de estar, admirando el árbol de navidad que puse días atrás, el cual ya tenía regalos.Mi madre entraba y salía de su habitación. Traía una cosa y se regresaba por otra. Lucía un vestido entallado color negro. Tenía muy buena figura para su edad. Ojalá me yo me viera como ella cuando tenga cincuenta años. Es una mujer muy activa, siempre estaba haciendo dieta y salía a correr todas las mañanas ó hacía yoga. Mientras que yo, me la pasaba sentada en el laboratorio todo el día.
Cuando por fin me dio la señal, salimos de su departamento y emprendimos camino al restaurante, al ver a mi madre vestida de esa manera esperaba no desencajar con el código de vestimenta del lugar, traía un pantalón sastre con una blusa color coral y mi abrigo color beige con unos zapatos bajo a juego, me puse lo más elegante posible, pero ni así me sentía acorde.
Todo el camino fuimos en silencio. Encendí la radio, para llenar ese vacío. Quería decirle a mi madre que había leído la especie de diario que tenía guardado en la sala de menesteres, pero no sabía cómo. Hasta que ella rompió el silencio.
— ¿Qué es lo que te pasa?
—Nada. Todo bien.
—Valentina, por Dios, soy tu madre. Te conozco, yo te parí.
— ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Es por qué te vas a ir? ¿Te preocupa dejarme sola?
Al descubrir que estaba con Adrián, dejó de preocuparme, ella estaría bien con su gran amor.
Negué con la cabeza.
Respiré profundo y exhalé.
—Leí tu diario—Solté la bomba—Sé sobre tu relación pasada con Adrián. Y sé también el nombre de mi padre. Quiero saber su apellido—me giré levemente para ver su reacción y regresé mi vista al frente.
— ¿Para qué quieres saber su apellido?
—Quiero conocerlo antes de irme. Tal vez no regrese y quiero verlo una sola vez.
—No es una buena persona, solo te hará daño.
—Creo que puedo manejarlo. No soy una niña, y no sé por qué nunca me dijiste quien era. Estoy completamente agradecida contigo por todo lo que me diste, pero creo que merecía saber quién era mi padre y yo decidir si buscarlo o no.
Ella se quedó callada, como recordando algo. Quizás, omitió algo en su libro, algo no grato con respecto a mi padre, tal vez si le dijo de mi existencia y él se negó a conocerme.
—Lo pensaré y te lo diré—fue la única respuesta que tuve.
Vi en el GPS que ya estábamos a un par de cuadras. Comencé a buscar estacionamiento y afortunadamente encontré uno cerca. Era lo que odiaba de manejar en esa ciudad, buscar estacionamiento era todo un caos, al igual que el tráfico.
Nos bajamos del coche y caminamos con rumbo al lugar. Ella tomó mi brazo y caminamos juntas.
—Voy a extrañar hacer esto contigo.
Sonreí
—Yo también te extrañaré.
Al llegar al restaurante pude ver que era en una terraza bastante elegante, pero no tanto, así que después de todo si encajaría con mi vestimenta. La terraza era cristalizada, los colores neutros inundaban el lugar, el blanco de los manteles resaltaba con el piso de madera y las lámparas colgantes estilo vintage que colgaban del techo. Cuando entramos vimos que Adrián ya estaba en el sitio. La hostess, una chica rubia de ojos color miel, nos llevó directo a su mesa, él se levantó le dio un casto beso a mi madre en los labios y la ayudó a sentarse a un costado de él.
Era tierno verlos juntos, como se miraban, y acariciaban sus manos. Sonreí con ternura al ver esa imagen y pensar que mi vida hubiera sido así, si ellos se hubieran casado cuando jóvenes, tal vez hubiera tenido hermanos. Mi vida sería diferente o tal vez no.
El mesero, un joven de unos veinte años de cabello castaño y tez morena se nos acercó con la carta. Nos dejó tiempo para pensar lo que pediríamos. Los tres pedimos lo mismo un filete de res acompañado de verduras y puré de papa. Y de beber Adrián pidió una botella de vino tinto, el mejor de la casa.
¿Estábamos celebrando algo?
— ¿Celebramos algo?
Él asintió
—Hemos platicado—dijo mi madre —y...
—Tu madre y yo, viviremos juntos—intervino él.
— En Nueva York—respondió ella.
—Es una maravillosa noticia. Siempre quisiste vivir en Nueva York.
La distancia entre ella y yo sería más, 3372 km, a unas casi cinco horas en avión. Si tenía suerte de irla a visitar. No me preocupaba porque sabía que ella sería feliz con él, más que con cualquier otra persona. Mientras que yo estaba muerta de miedo por el paso que estaba por dar, con cada día que pasaba se sentía más real.
— ¿Cuándo se irán?
—Un par de semanas después que tú
—Bueno creo que tendré que mandar unas cuantas cajas a Cartagena y vender algunas cosas que había guardado en tu departamento.
— ¿Tenías cosas tuyas en mi departamento?
—Sí, en la sala de menesteres. Las guardé cuando estuviste de viaje.
Ella negó con la cabeza.
—Las cosas que quieras conservar, ponlas en una caja y las llevo a la casa de tus abuelos, eso haré yo. Pero solo una caja
—Está bien. Gracias.
—Me gustaría que me ayudes a empacar y limpiar la sala de menesteres. Será difícil deshacerme de toda una vida en unos cuantos días.
—Claro que te ayudaré—tomé su mano y ella la apretó.
Esto lo hacía más real para ella y por consecuente lo era más para mí.
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Nuestras noches de diciembre
RomanceValentina siempre quiso saber, quién fue su padre y por qué su madre nunca lo mencionó. Después de descubrir un cuaderno en el que su madre relata sobre el rompimiento con su novio y la relación con su amable y guapo vecino, decide leerlo, para así...