| Capítulo diez |

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Desperté alrededor de medio día. Después de comer caminamos sin rumbo un tiempo más, platicamos de todo lo que nos había pasado a lo largo de todos estos años conociéndonos, y descubrimos que aunque llevábamos siendo vecinos por muchos años, en realidad no nos conocíamos del todo. Y en esa noche y las que siguieron nos redescubrimos el uno al otro.

Comía un sándwich y café, mientras miraba un programa en la televisión, ¿sobre qué? No lo recuerdo, lo que si permanece en mi mente, hasta el día de hoy, fue lo que me dijo cuando le abrí la puerta cuando tocó.

Me miró, arqueó una ceja y suprimió una risa. Llevaba puesto el pijama todavía y mi cabello era un desastre.

-Buenos días, vecina- pasó

- ¿Qué es lo que quieres?

-Huy, veo que alguien no está de humor.

Reí y caminé hasta el desayunador que era donde estaba sentada comiendo.

- ¿Ya me dirás a qué has venido? -tomé mi taza de café

-Esta noche tienes una cita conmigo.

- ¿Otra vez? -le di un sorbo a mi café.

-Soy tu mejor opción para un sábado o quieres quedarte en casa sola viendo la televisión.

-Ese plan no suena mal. Me duele mucho la cabeza y el estomago, Adrián.

-Te tomas una pastilla y asunto arreglado. No aceptaré un no por respuesta y lo sabes.

Exhalé de manera exasperada.

-Está bien, ¿Qué es lo tienes planeado?

-Iremos al cascanueces-me mostró dos boletos

-Nunca he ido a una obra de teatro o a una presentación de danza o a escuchar a una orquesta.

-Por esa razón iremos a ver un clásico navideño.

Sonreí. Me pareció un gesto bastante tierno de su parte.

-Pasaré por ti a las 5:30, seré puntual, porque la función comienza a las 7 y lo que hacemos de camino por el tráfico y todo lo demás.

Asentí

-De verdad estaré aquí a las 5:30, lo digo de verdad, Micaela

Fruncí el ceño

-Estaré lista, descuida.

No bromeó cuando dijo que estaría en mi puerta las 5:30 era exactamente esa hora en el reloj que colgaba de la pared de mi sala cuando tocó a mi puerta.

Abrí colocándome mi abrigo.

- ¡Qué puntual!

-Te lo dije, no era chiste.

Cerré la puerta y emprendimos camino. Él vestía de manera formal. Pantalón de vestir, camisa, y llevaba su abrigo en las manos, menos mal que decidí ponerme un vestido con unas medias para el frio, llevaba mi abrigo puesto, el cual me llegaba hasta las rodillas y era menos el frío que sentí cuando salimos del edificio.

Tomamos un taxi y nos fuimos hasta el auditorio nacional que era donde veríamos la obra de teatro.

Buscamos nuestros asientos, que para variar eran en la tercera fila y nos sentamos. Poco a poco el lugar se comenzó a llenar. Las luces se apagaron y comenzó la función.

Saltos, cargadas, gestos que decían más que las palabras. Un escenario decorado que te hacía sentir en un castillo, en una noche blanca, con añoranza y fe de los acontecimientos venideros. Tal y como era mi vida hasta en esos momentos.

Sólo sentía como Adrián volteaba cada diez segundos. Al principio lo hizo con curiosidad, después mi reacción le causó cierta gracia, pero al final, al ver que me gustó por completo la obra, me miró con ternura. Lo pude ver en sus ojos cuando me giré, le sostuve la mirada por unos cuantos segundos, pero yo lo sentí como una eternidad, una maravillosa eternidad, que hasta el sol de hoy, que estoy escribiendo esto, puedo recordarlo y me estremezco.

Sonrió.

Yo sonreí

-Dime que te ha gustado y no lo niegues, lo puedo ver en tus ojos.

-He visto peores-vacilé

-Bien, con eso me doy por bien servido-extendió su mano para que la tomara-Es hora de irnos-la tomé y él la apretó. Me levanté

- ¿A dónde iremos?

-Ya lo verás

Cuando llegamos a la carreta de tacos, todos nos miraron como si fuéramos bichos raros, como si no perteneciéramos a ese lugar. Sentí todas las miradas de los comensales cuando nos sentamos, pero a él no le importó en lo absoluto.

Nos sentamos en una mesa cerca de la carreta y un joven de mediana estatura, piel morena, cabello negro y ojos castaños, se acercó a nosotros, traía en sus manos una pluma y una pequeña libreta que usaba como comanda.

- ¿Qué es lo que van a ordenar? -nos preguntó

-Para comenzar quiero tres tacos al pastor y un refresco de cola

-Yo igual-respondí

El mesero anotó y se fue.

-No pensé que fuéramos a venir a los tacos.

- ¿La princesa imaginaba un restaurante?

-Sabes que no soy una princesa. He venido un sinfín de veces a comer tacos contigo-solté una respiración sostenida-Pensé que pasearíamos por la ciudad llena de luces, hubiera sido el perfecto final para la noche-sonreí-Y tal vez me hubieras hecho creer de nuevo en la magia de la navidad-vacilé

-Aún estamos a tiempo de hacerlo. Esta es solo una escala, necesitábamos comer y que mejor que unos buenos tacos. Aquí hacen los mejores que he probados.

Escuché unas cuantas risas al fondo y por el rabillo del ojo vi como unas chicas de las mesas de atrás nos señalaban

Me levanté y grité.

-Es que él me dijo que me llevaría a cenar, pero nunca aclaró a donde.

-Está bromeando-trató de componer las cosas-En realidad, nos acabamos de casar y está es nuestra cena de bodas-rió

El taquero nos miró, rió y negó con la cabeza.

-Entonces que vivan los novios-gritó un señor frente a nosotros levantando un botella de refresco- ¡Por los novios! -propuso un brindis y varias personas más se le unieron.

- ¡Por los novios!-dijeron a unísono

Y nosotros no paramos de reír


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Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora