| Capítulo treinta y uno |

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Me quedé parada ahí en la entrada, algo me dijo que volteara a la puerta principal y encontré a alguien quien no debía estar ahí. Husmeaba discretamente hacia adentro, pero no sabía exactamente qué o mejor dicho a quien buscar.

Sonreí al verla, pero ella me observó detenidamente y frunció el ceño. Me acerqué a ella.

— ¿Puedo ayudarla en algo? ¿Busca a alguien? —pregunté desentendida, como si no supiera quién era ella.

Negó con la cabeza.

—Ni siquiera sé que estoy haciendo aquí—vi su intención de irse, pero se detuvo—En realidad si sé—Sacó su teléfono celular y me mostró una fotografía de Luis Fernando Garza, su esposo. Así es, era la esposa de mi padre—Sé que este hombre estuvo aquí, contigo. Él es un hombre casado. Te pido de la manera más respetuosa que dejes de buscarlo, de verlo. No seas una rompe hogares.

—Señora, si está aquí es porque no tiene confianza en su esposo. Y si eso es así, ya lo perdió todo. Eso ya no es un hogar, si tienen problemas o sospecha que su esposo tiene una amante. Si no confía en él, como puede seguir con ese matrimonio.

Bufó.

—No voy a dejar que una puta me dé consejos maritales—me gritó.

—No le voy a permitir que me falte a respeto—mi voz sonó tranquila, a pesar de haber sido insultada.

—El respeto te lo faltaste tú. Puedes salir con hombres jóvenes y solteros. Eres bella, no tiene por qué gastar tu tiempo con él, ¿crees que tiene dinero? ¿Eso crees? Cariño, no tiene nada.

Arqueé una ceja.

—Señora, está equivocada.

—La equivocada eres tú. Pero voy a luchar por él. Antes ya me lo quiso quitar otra mujer, pero no pudo. La familia siempre puede más.

—Señora, con todo respeto. Eso ya no es amor. Está acostumbrada a estar con él, pero si desconfía de él todo el tiempo, se convertirá en su obsesión y ya no podrá estar tranquila. Sinceramente, yo preferiría mi estabilidad emocional, antes de estar con alguien que no me respete como su esposa y como mujer.

—Lo dices porque eres joven, pero yo no voy a echar por la borda casi treinta años de matrimonio.

—Bien, si no quiere dejarlo, pueden ir a terapia de parejas. Pero exíjale a su esposo que le cuente la verdad, que no le oculte ningún secreto, porque él piensa que el éxito de su matrimonio es porque tienen secretos.

Ella me miró fijamente, pero cuando escuché una voz detrás de mí, supe que no era a mí a quien veía, sino, a mi madre.

— ¿Está todo bien aquí? —preguntó mi madre— ¿Conoces a esta señora, hija?

—Descuida, ella ya se iba—expliqué.

Pero la esposa de Luis, seguía mirando anonadada a mi madre.

— ¿Mónica? —noté confusión en su voz.

Ella asintió.

— ¿Norma?

Ellas se conocían.

— ¿Tú eres Valentina? —me preguntó.

—Sí—moví mi cabeza de manera afirmativa.

—Por dios, como no pude verlo antes. Tienes la misma mirada de Luis, pero físicamente eres idéntica a tu madre.

— ¿Te ha mandado Luis? —le preguntó mi madre—Porque ya le dejé en claro lo que pasa. Valentina no tiene nada que ver en este asunto.

Nuestras noches de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora