**** 5. Las Presentaciones. ****

142 29 98
                                    

Entramos en el edificio y nos dirigimos al ascensor. No tuve que indicarle el piso, obviamente él ya lo sabía. Durante el trayecto, ninguno de los dos pronunció palabra, pero nos observamos a través del espejo. Sentí un cosquilleo en el estómago al ver su mirada fija en mí.

Finalmente, llegamos al departamento. Me di cuenta de que había perdido mi teléfono y mis llaves, así que tuve que tocar el timbre.

Me sentí un poco frustrada por mi mala suerte, pero intenté dejar eso de lado. En cambio, me concentré en el momento presente y en la compañía de Daniel, quería disfrutar de su presencia mientras pudiera.

Mi suegra, Doña Ana, fue quien abrió la puerta y se asustó al ver mi estado. Era una mujer dulce y de baja estatura, con el cabello blanco y una vitalidad asombrosa a pesar de sus sesenta y cinco años. Después de que su esposo falleció, nos mudamos con ella para acompañarla. En ese momento, las cosas parecían estar encajando en perfecta armonía: vendimos nuestra casa para tener un capital extra y solicitamos un crédito en el banco para ampliar nuestro negocio. No quería alejarme de mis padres, pero esta era una buena oportunidad que debíamos aprovechar.

Todo parecía ir bien: Doña Ana tenía la compañía de su nieta, Annie, y pudimos expandir nuestro negocio. Adrián y yo nos dedicamos de lleno a la agencia para hacerla crecer. Sin embargo, al mirar hacia atrás, me di cuenta de que no todo había sido ganancia. Me alejé de mis padres a cambio de un trabajo que absorbía todo mi tiempo, y los visitaba únicamente una vez al año.

A pesar de todo, estaba agradecida por tener a mi suegra y a mi hija cerca de mí. Aunque no me sentía igual sobre mi matrimonio. Este se había enfriado y no lo había notado a tiempo. Sabía que tenía que encontrar un equilibrio entre mi vida personal y profesional, pero no sabía cómo hacerlo sin comprometer todo lo que había logrado.

Doña Ana, asustada, fue a llamar enseguida a su hijo Adrián, mi esposo. Mientras tanto, Daniel me miraba con una expresión impasible.

Sentí una oleada de vergüenza al darme cuenta de la situación en la que me encontraba. Traté de romper el silencio diciendo:

—Lo siento, Daniel. Esto es realmente incómodo.

Él colocó una mano en mi hombro y dijo:

—No te preocupes, Nicol. Entiendo que hay cosas que no podemos controlar y la vida puede sorprendernos cuando menos se le espera.

Su voz era reconfortante y me hizo sentir mejor.

—Vamos, entremos —le señalé el camino y él empujó la silla de ruedas hasta la sala de estar. Se detuvo junto al sofá y comenzó acomodar los cojines para que pudiera trasladarme allí y estar más cómoda. En ese momento, Adrián se acercó y se quedó mirando a Daniel. A mí, solo me miró por un instante y ni siquiera preguntó qué me había sucedido.

Daniel, al darse cuenta decidió intervenir:

—Buenas noches, soy Daniel Myers —se presentó Daniel mientras tendía la mano a Adrián, quien la tomó de mala gana—. He traído a tu esposa a casa, tuvimos un accidente.

Adrián no hablaba, solamente nos observaba con una mirada fría y distante. No sabía qué pasaba por su mente, pero ya me hacía una idea por su actitud. En ese momento, Doña Ana entró en la sala de estar como una bala y se acercó a mí.

— ¡Oh, niña! —dijo Doña Ana—, ¿Pero qué ha pasado? ¿Estás bien? Mira tu pierna y tu cara. ¿Te duele?

—No duele mucho —respondí con una media sonrisa para tranquilizarla.

En medio del ajetreo, Doña Ana tropezó conmigo sin querer y me quejé por el dolor. Daniel miró a Adrián, quien seguía sin mover ni un dedo, así que, se puso frente a mí.

Que La Marea Decida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora