**** 30. Arde Troya. ****

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—Papiiii no ha terminado la entrevista ¿Por qué lo apagaste? —preguntó Annie, frunciendo el ceño al ver el televisor apagado.

—Annie, por favor, ve a tu cuarto —dijo Adrián en un tono firme tratando de mantener la calma.

—Pero papi, quería ver el final —insistió la niña.

Adrián se veía cada vez más frustrado. Emily intervino para tratar de calmar los ánimos.

—Vamos cariño. Podemos verla luego —dijo mientras tomaba la mano de la niña y la llevaba hacia su habitación.

Yo cerré mis ojos y tomé una profunda respiración, preparándome mentalmente para lo que estaba por venir. Porque ahora si iba a arder Troya pensé.

— ¿Puedes explicarme lo que acaba de suceder, Nicol? —exigió Adrián, su voz llena de frustración y enojo.

—Lo siento, Adrián. No sé qué decirte. Eso fue el día que me dieron el alta, fuimos a comer, solo eso.

— ¿Solamente eso? —repitió Adrián, su tono de voz más bajo esta vez, pero cargado de ira—. ¡Maldición, Nicol! No estaban comiendo, ¿y las otras fotografías? —gritó Adrián, como si hubiera perdido el control.

Adrián se sentó en el sillón y apoyó sus codos en las piernas, sujetando su cabeza con ambas manos. Luego me miró fijamente y pude ver el dolor y la decepción en sus ojos.

—Me mentiste. Yo... confié en ti, confié en tu palabra.

Tenía razón, había mentido no solo esa tarde, sino desde hacía mucho tiempo. Me sentía avergonzada por mis actos y sabía que tenía que ser sincera con él y conmigo misma.

—Es cierto, te mentí y te pido perdón, Adrián —dije, sintiendo el peso de mis palabras—. No puedo reparar mi falta. La verdad es que esta relación ya no tiene sentido, se acabó.

Adrián levantó su rostro y me miró confundido.

—Jamás debí permitir que las cosas llegaran tan lejos —continué, sintiendo las lágrimas en mis ojos—. Eres un buen hombre y no merecías pasar por esta humillación. Creí que si seguía a tu lado tal vez tendría una oportunidad para enmendar todo, pero no es así. Perdóname por tratar de convencerme de que a tu lado iba a ser feliz cuando la realidad es que desde hace mucho no lo soy.

Me levanté del sillón y me arrodillé a su lado, sintiendo el dolor en mi corazón.

—He sido una egoísta, Adrián. Durante mucho tiempo me llené de temores, pero fue más fácil huir que hacerle frente. Me quedé callada cuando debía decirte cómo me sentía y eso nos ha llevado al centro de un oscuro abismo del que ya no podemos escapar.

Adrián me miraba fijamente, en sus ojos veía el dolor y la tristeza que le estaba causando.

—Me rompe el corazón ver cómo te has esforzado por rescatar esta relación, de recuperar lo que un día nos mantuvo unidos, cuando la realidad es que yo no puedo seguir a tu lado —dije con la voz ahogada por las lágrimas—. Es momento de aceptar la realidad. Espero que algún día puedas perdonarme.

Intenté levantarme, pero Adrián me detuvo.

—Quien debe pedir perdón soy yo, Nicol. Te he mentido todo este tiempo —dijo Adrián con una voz quebrada.

— ¿De qué hablas, Adrián?

—Yo... —hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —Los vi.

— ¿A quién? ¿De qué hablas? —pregunté.

—El día que te quitaron los puntos. Te fui a buscar para invitarte a almorzar y los vi saliendo juntos del hospital. Luego los seguí hasta el restaurante. Nunca te vi tan feliz como ese día y sabes qué fue lo peor... —hizo una pausa, como si le costara hablar—. Que a mí nunca me has mirado ni la mitad de cómo lo mirabas a él.

Que La Marea Decida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora