Después de ese corto viaje, volvimos a nuestra rutina habitual. Doña Ana continuaba dedicándose a Annie como siempre, mientras que yo seguía bajo los cuidados de Delia, quien realizaba su trabajo de manera excepcional. A pesar de que intentaba animarme, yo no tenía ganas de nada. Me sentía muy triste al recordar cómo había alejado a Daniel de mi lado. Aunque sabía que era lo correcto, no dejaba de sentir un gran pesar en mi corazón.
Los días seguían pasando y yo me encerré en mi propia tristeza, incapaz de sacudirme de la cabeza el recuerdo de Daniel. Me resultaba difícil entender cómo un completo extraño había logrado hacerme sentir tan especial con sus atenciones. Era como si hubiera llenado un vacío en mí que ni siquiera sabía que existía. Recordaba haber leído alguna vez sobre el llamado de las almas gemelas. La verdad no creía en ello hasta que lo sentí en carne propia.
El teléfono que Daniel me había regalado estaba guardado en un cajón, era una forma de evitar problemas con Adrián. Mi amor por la lectura se había ido y la televisión tampoco lograba captar mi atención. Los días pasaban simples y grises.
Emily venía a verme siempre que su trabajo se lo permitía, estaba muy ocupada con sus clases y las guardias que debía cubrir en el hospital.
A pesar de que Adrián estaba siendo más amable de lo habitual, yo no podía apreciarlo. Me sentía como si estuviera en duelo, con una tristeza y una sensación de pérdida en mi corazón que nada parecía capaz de sacarme de ese estado.
Una tarde, Adrián llegó temprano a casa y le pidió a Delia que se retirara, diciéndole que él se encargaría de cuidarme. Estuve de acuerdo y Delia se marchó, dejándome a solas con él.
—Bajemos a dar un paseo.
—Está bien, vamos —respondí, mientras él acercaba la silla de ruedas, me levantaba con suavidad y me colocaba en ella.
— ¿Necesitas algo para abrigarte? Tal vez, ¿una manta?
—No, solo una chaqueta, por favor —respondí mientras él buscaba en el armario, luego salimos.
Paseamos por el bulevar en silencio, observando el paisaje que nos rodeaba. Después de un rato, nos acercamos a una banca, él posicionó la silla de ruedas a un lado y se sentó junto a mí.
—Nicol, sé que te he descuidado mucho últimamente. Desde que abrimos la empresa de envíos, todo ha sido muy duro.
—Lo sé, Adrián. Yo también he estado trabajando duro, no lo olvides.
—Lo sé, lo sé. No quiero que pienses que esto es una excusa. Lo que quiero decir es que lamento si te he dejado sola, si no te he dedicado suficiente tiempo y afecto. La noche del accidente, me quedé en shock al verte así, y al ver a ese hombre cerca de ti, con tanta confianza, creí que tal vez había algo entre ustedes.
—Pues te equivocas, Adrián. Yo nunca había visto a Daniel antes —pude notar su incomodidad cuando pronuncié su nombre—, bueno... en persona, quiero decir. Él se comportó en extremo amable y atento, pero no fue más que eso.
— ¿Estás segura, Nicol? ¿No ha pasado nada entre ustedes? Dime la verdad, no quiero más mentiras.
—No ha pasado nada —le dije, desviando la mirada hacia el mar. En realidad, entre Daniel y yo no había sucedido nada más que un par de abrazos. El verdadero problema estaba en la conexión que ambos habíamos sentido. Eso iba más allá de cualquier contacto físico.
—Ya veo... Dime una cosa, ¿por qué estás tan triste?
—No lo sé, no es nada importante. Supongo que es la inactividad lo que me hace sentir así. Ya quiero volver al trabajo —respondí, mientras seguía observando el mar.
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Que La Marea Decida.
RomanceNicol es una mujer de treinta y cinco años con una vida realmente sencilla y tradicional que la consume y, en ocasiones, la llena de desdicha. Sin embargo, un giro del destino cambia su vida por completo cuando sufre un accidente que pone su mundo p...