Un Prejuicio Andante

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—Aún tengo las pruebas de lo que intentaste hacer...

—Pues deberías saber —le contestó en un susurro, con un tono bastante molesto—, que no estoy aquí porque me intereses; sino más bien porque mis padres están muy interesados en formar lazos con tu familia.

Se encogió de hombros y apartó la vista de ella como si no mereciera ni un poco de su atención. Aquel rubio de ojos grises lucía molesto y cansado, seguramente había discutido con su madre antes de venir. Bebía limonada con un popote de plástico y la voz de su amiga Asui resonó en su cabeza en automático: Es muy irresponsable el consumo de plásticos de un solo uso, ni siquiera necesitas un popote, no eres un inválido.

Sacó su celular, pero antes de enviarle un mensaje a Katsuki prefirió analizar la situación. Suspiró cansada, la cabeza le dolía; demasiadas emociones en tan pocas horas no era bueno para su salud mental.

Por mucho que confiara en su novio no podía simplemente decirle; tenía que observar cómo se desencadenaban las cosas. Si lo hacía sin pensarlo mucho era probable que este viniera a buscarla y eso era lo último que querría. Sus padres eran... complicados. Tacharían a Katsuki de un delincuente, de eso estaba segura. Es que, toda su apariencia gritaba peligro. Cosa que la misma Ochaco admitía que la había dejado impresionada cuando recién lo conoció. Esos ojos rojos brillantes y afilados, su cabello corto y puntiagudo rubio ceniza con el flequillo entrecortado que le caía entre las cejas, su constitución musculosa, su expresión malhumorada que parecía no podía quitar, incluso cuando sonreía tendía a parecer un maniático de las explosiones... Y aquella voz gruesa y rasposa que intimidaba bastante sin necesidad de levantar la voz.

Ella podría abogar por su novio, argumentando que él no tenía la culpa de tener esa apariencia; pero su vestimenta tampoco ayudaba. En el internado siempre llevaba el uniforme desalineado y toda su ropa de civil era en su mayoría de color negro; sus padres tenían fuertes prejuicios con la gente que se vestía así. No podía evitarlo, Katsuki era un prejuicio andante.

Se sentía mal por haber soltado esos comentarios enfrente de él, pues la castaña conocía bien las inseguridades que el rubio ceniza tenía respecto a verse como un agresor. No los había hecho con intención, todo fue sin pensarlo demasiado. Tampoco encontró las palabras para remediarlo y no estaba segura de que haber ignorado el tema hubiera sido lo correcto. Decidió enviar un mensaje disculpándose rápidamente, al menos eso podría remediarlo... ¿Verdad? Agregó que después continuarían la charla, no quería dejar las cosas al aire.

No se había dado cuenta cuánto tiempo estuvo así analizando lo que podría hacer, cuando la cena comenzó sin muchos tapujos.

Sus padres y los de Monoma los presionaban a ambos para que hablaran de sus logros, como intentando convencer al otro de que valía la pena una relación entre ellos.

Sus padres intentaban presumir de lo hermosa que era su hija y lo buena que era cocinando (lo cual era mentira porque Katsuki cocinaba mil veces mejor que ella), todos esos elogios la hacían sentir sumamente incómoda. ¿En serio de lo único bueno que sus padres tenían que presumir era de su apariencia y lo habilidosa que era en las tareas domésticas? Por favor, tenía calificaciones perfectas desde que tenía memoria y gracias a ello había obtenido becas desde muy joven, era cinturón naranja en judo y había ganado torneos escolares; hasta se sabía de memoria todas las constelaciones del cielo.

—Su cabello es muy bonito, ¿a que si, Neiko? —La señora Monoma habló, contenta—. Tiene un encanto de colegiala muy lindo.

—Ajá —respondió el muchacho sin dirigir su vista a nadie, concentrado en el curry que comía.

Al menos, aquel idiota se lo ponía fácil. Ella hacía justamente lo mismo.

—Mi hija es muy buena con la ceremonia del té —al escuchar el comentario que hizo su padre, estuvo tentada a rodar los ojos pero se contuvo—, en su otra vida seguramente fue una elegante geisha.

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