Capitulo Dos

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Se puso en pie bajo los viejos robles, con la luz del sol filtrándose hasta sus cabellos rizados. En téjanos y con una camiseta, Stefan Salvatore teníatodo el aspecto de un alumno normal y corriente de secundaria.

No lo era...

Se había internado en lo más profundo del bosque, donde nadie podría verlo, para alimentarse, y en aquellos momentos se pasaba la lengua aconciencia por encías y labios, para asegurarse de que no había ninguna mancha en ellos. No quería correr riesgos. Ya iba a ser bastante difícilllevar a cabo aquella mascarada.

Por un momento se preguntó, una vez más, si no debería dejarlo correr.Quizá debería regresar a Italia, de vuelta a su escondite. ¿Qué le hacía pensar que podía reincorporarse al mundo de la luz diurna?

Pero estaba cansado de vivir en sombras. Estaba cansado de la oscuridad y de las cosas que vivían en ella. Sobre todo, estaba cansado de estar solo.

No estaba seguro de por qué había escogido Mystic falls. Era una ciudad de muchos recuerdos; los edificios más antiguos los habían levantado hacía sólo un siglo y medio.

Pero recuerdos y fantasmas de la guerra de Secesión todavía vivían allí, tan reales como los supermercados y los locales de comida rápida.

Stefan apreciaba el respeto por el pasado y pensaba que podría llegar agustarle la nueva gente de Mystic Falls. Y a lo mejor —sólo a lo mejor— podríaencontrar un lugar entre ella.

Jamás le aceptarían por completo, desde luego. Una amarga sonrisa curvó sus labios ante la idea. Sabía bien que no podía esperar eso. Jamás habría un lugar al que pudiera pertenecer por completo, donde pudiera ser realmente él. A menos que eligiera pertenecer a las sombras...

Desechó la idea violentamente. Había renunciado a la oscuridad; había dejado atrás las sombras. Estaba borrando todos aquellos largos años y empezando otra vez, hoy.

Advirtió que todavía sostenía el conejo. Con suavidad, lo depositó sobre el lecho de hojas secas de roble. A lo lejos, demasiado lejos para que el oído humano lo captara, reconoció los sonidos de un zorro.

«Apresúrate, camarada cazador —pensó entristecido—. Te espera el desayuno.»

Al echarse la chaqueta sobre los hombros, reparó en el cuervo que lo había perturbado antes. Seguía posado en el roble y parecía observarle.Había algo que resultaba impropio en él.

Empezó a lanzar un pensamiento de sondeo en su dirección, para examinar al ave, y se detuvo. «Recuerda tu promesa —pensó—. No usaráslos Poderes a menos que sea absolutamente necesario. No a menos queno haya otra posibilidad.»

Moviéndose casi en silencio por entre las hojas y las ramitas secas, se encaminó hacia el linde del bosque. Su coche estaba aparcado allí. Miró hacia atrás una vez y vio que el cuervo había abandonado las ramas y saltado sobre el conejo.

Había algo siniestro en el modo en que extendía las alas sobre el cuerpo blanco y flácido, algo siniestro y triunfal. A Stefan se le hizo un nudo en lagarganta y estuvo a punto de volver atrás para ahuyentar al pájaro. Con todo, tenía tanto derecho a comer como el zorro, se dijo.

Tanto derecho como él mismo.

Si volvía a tropezarse con el ave, echaría una mirada en su mente,decidió. Por el momento, apartó los ojos de él y corrió a través del bosque,con expresión decidida. No quería llegar tarde a la Preparatoria cual lleva el mismo nombre de la ciudad.

En cuanto puso el pie en el aparcamiento del instituto, Elena se vio rodeada. Todo el mundo estaba allí, la pandilla que no había visto desde finales de junio, más cuatro o cinco advenedizas que esperaban obtener popularidad por asociación. Uno a uno aceptó los abrazos de bienvenidade su propio grupo.

Caroline había crecido al menos casi tres centímetros y resultaba más sensual y más parecida a una modelo de Vogue que nunca. Recibió a Elena con frialdad y volvió a retroceder con los verdes ojos entrecerrados como los de un gato.

Bonnie no había crecido en absoluto y su cabeza castaña apenas le llegaba a Elena a la barbilla, su pelo tenia rizos al final de este, cuando le arrojó los brazos al cuello.

«Unmomento... ¿rizos?» pensó Elena. Apartó a la menuda muchacha.

—¡Bonnie! ¿Qué le has hecho a tu cabello?

—¿Te gusta? Crei que me vendria bien un cambio de look

Bonnie se ahuecó el ya ahuecado flequillo y sonrió, los ojos castaños centelleando emocionados y el menudo rostro ovalado encendido.

Elena siguió adelante.—Meredith. No has cambiado nada.

Aquel abrazo fue igualmente afectuoso por ambas partes.

«Había echadode menos a Meredith más que a nadie» penso Elena, mirando a la alta muchacha.

Meredith jamás llevaba maquillaje; pero, por otra parte, con su perfecta tez morena y sus espesas pestañas negras, no lo necesitaba.Justo en aquel momento tenía una elegante ceja enarcada mientras estudiaba a Elena.

—Bueno, tus cabellos esta igual que siempre... Pero ¿dónde está tu bronceado? Creía que te estabas dando la gran vida en la Costa Azul.

—Ya sabes que nunca me bronceo.

Elena le enseñó las manos para que las inspeccionara. La piel estaba impecable, para el tono de piel de ella que es de tes morena, en aquellos momentos estaba muy clara y no era normal en Elena esa tes.

—Sólo un minuto; esto me recuerda algo —terció Bonnie, agarrando una de las manos de Elena—. ¡Adivinad qué aprendí de mi prima este verano!

Antes de que nadie pudiera hablar, ella misma comunicó triunfal—: ¡A leer las manos!

Se escucharon gemidos y algunas carcajadas.

—Reíd todo lo que queráis —replicó Bonnie, sin mostrarse afectada—. Mi abuela me dijo que soy médium. Ahora, veamos...

Escrutó la palma de Elena.—Date prisa o vamos a llegar tarde —dijo Elena, un tanto impaciente.

—De acuerdo, de acuerdo. Bien, ésta es tu línea de la vida... ¿o es lalínea del corazón? —En el grupo, alguien lanzó una risita—. Silencio; estoy penetrando en el vacío. Veo... Veo... —de improviso, el rostro de Bonnie pareció desconcertado, como si se hubiera sobresaltado. Los ojos castaños se abrieron de par en par, pero ya no parecía contemplar la mano de Elena. Era como si mirara a través de ella... a algo aterrador

.—Conocerás a un desconocido alto y moreno —murmuró Meredithdes de detrás de ella y se escuchó un aluvión de risitas.

—Moreno sí, y un desconocido..., pero no alto —la voz de Bonnie sonaba baja y lejana.—Aunque —prosiguió tras un instante, con aspecto perplejo—, fue altoen una ocasión. —Los abiertos ojos castaños se alzaron hacia Elena desconcertados—. Pero eso es imposible... ¿verdad? —Soltó la mano de suamiga, casi arrojándola lejos—. No quiero ver más.

—Muy bien, se acabó el espectáculo. Vamos —dijo Elena a las demás,vagamente irritada.

Siempre le había parecido que los trucos de las médiums no eran másque eso, trucos. Entonces, ¿por qué se sentía molesta? ¿Sólo porque aquella mañana casi le había dado un ataque...?

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora