Capitulo quince

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Elena aun estaba hay con Matt, pero fue entonces cuando tuvo la idea, y era ridiculamente simple. Nada de ardides complicados, nada de tormentas eléctricas o coches que se averian.

—Matt —dijo despacio—, ¿no crees que sería una buena cosa si alguien consiguiera franquear ese muro? ¿Una buena cosa para Stefan, me refiero? ¿No crees que sería lo mejor que podría sucederle?

Alzó los ojos para mirarle intensamente, deseando que comprendiera.

El la miró fijamente un instante, luego cerró los ojos brevemente y sacudió la cabeza con incredulidad.—Elena —dijo—, eres increíble. Haces bailar a la gente a tu paso y no creo que te des cuenta siquiera de que lo haces. Y ahora vas a pedirme que haga algo para ayudarte a tenderle una emboscada a Stefan, y yo soy tan imbécil que podría incluso aceptar hacerlo.

—No eres un imbécil, eres un caballero. Y sí, quiero pedirte un favor, pero sólo si consideras que es correcto. No quiero hacerle daño a Stefan, y no quiero hacerte daño a ti

—¿No quieres?

 —Claro que no. Ya sé cómo debe de sonar eso, pero es cierto. Sólo quiero... —Volvió a interrumpirse; ¿cómo podía explicar lo que quería cuando ni siquiera lo comprendía ella misma? 

—Sólo quieres que todo el mundo y todo giren alrededor de Elena Gilbert —repuso él con amargura—. Únicamente quieres todo lo que no tienes.

 Horrorizada, retrocedió y le miró. Sintió un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes. 

—No lo hagas —dijo él—. Elena, no pongas esa expresión. Lo siento. —Suspiró—. De acuerdo, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? ¿Atarlo de pies y manos y arrojarlo ante tu puerta? 

—No —respondió ella, intentando aún obligar a las lágrimas a regresar a su lugar de origen—. Sólo quería que consiguieras que acudiera al baile de inicio de curso de la semana próxima. 

Matt mostró una expresión curiosa.

 —Sólo quieres que esté en el baile. 

Elena asintió.—De acuerdo. Estoy seguro de que estará allí. Y, Elena... a mí no me apetece llevar a nadie más que a ti. 

—De acuerdo —respondió ella tras unos instantes—. Y, bueno, gracias. 

La expresión de Matt seguía siendo peculiar.—No me des las gracias, Elena. No es nada... en realidad. 

La muchacha seguía intentando comprender aquella expresión cuando él dio media vuelta y se alejó por el pasillo. 


—Quédate quieta —dijo Meredith, dando al cabello de Elena un tirón reprobatorio. 

—Sigo pensando —comentó Bonnie desde el banco situado al pie de la ventana—que los dos fueron maravillosos.

 —¿Quiénes? —murmuró Elena distraídamente. 

—Como si no lo supieras —dijo Bonnie—. Esos dos chicos tuyos que consiguieron un milagro de última hora en el partido de ayer. Cuando Stefan atrapó ese último pase, pensé que iba a desmayarme. O a vomitar. 

—Vamos, por favor —intervino Meredith

—Y Matt... Ese chico es simplemente poesía en movimiento... 

—Y ninguno de ellos es mío —declaró Elena, categórica. 

Bajo los dedos expertos de Meredith, sus cabellos se estaban convirtiendo en una obra de arte, una suave masa de oro ensortijado. Y el vestido era perfecto; el pálido tono violeta resaltaba el color de sus ojos. Pero incluso para sus adentros se veía con un aspecto pálido y férreo, no suavemente sonrojado por la emoción, sino blanco y decidido, como un soldado jovencísimo al que envían a primera línea del frente. 

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora