Capitulo treinta y cuatro

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Elena pasó de habitación en habitación corrigiendo fallos. En años anteriores había disfrutado sobre todo con aquella parte de la noche, contemplando las truculentas escenas que se escenificaban y el exquisito terror de los visitantes, pero esa noche existía una sensación de temor y tensión implícitos en todos sus pensamientos. «Esta noche es la noche», volvió a pensar, y el hielo de su pecho pareció espesarse.

Una Muerte —o al menos eso era lo que supuso que representaba la figura encapuchada de la túnica negra— pasó junto a ella, y se encontró intentando recordar distraídamente si la había visto en alguna de las otras fiestas de Halloween. Había algo familiar en el modo en que se movía la figura.

Bonnie intercambió una agobiada sonrisa con la alta y delgada chica encapuchada que no le podia ver el rostro, que dirigía el tráfico hacia el interior de la Habitación de la Araña. Varios muchachos de primer año de secundaria se dedicaban a dar palmadas a las arañas de goma allí colgadas y a chillar y dar la lata en general. Bonnie los metió a empujones en la Habitación del Druida. Allí las luces estroboscópicas daban a la escena un carácter irreal. Bonnie sintió una torva sensación de triunfo al ver al señor Tanner tendido sobre el altar de piedra, con la túnica blanca profusamente manchada de sangre y los ojos abiertos y fijos en el techo.

—¡Fantástico! —chilló uno de los muchachos mientras corría hacia el altar.

Bonnie se mantuvo atrás y sonrió de oreja a oreja, aguardando a que el sangriento sacrificio se alzara y diera un susto de muerte al chico.

Pero el señor Tanner no se movió, ni siquiera cuando el muchacho hundió una mano en el charco de sangre que había junto a la cabeza de la víctima.

Eso no era normal, se dijo Bonnie, acercándose a toda prisa para impedir que el chico agarrara el cuchillo del sacrificio.

—No hagas eso —le espetó, y el chico retiró la mano, que apareció roja bajo cada uno de los potentes destellos luminosos.

Bonnie sintió un repentino e irracional miedo de que el señor Tanner fuera a esperar hasta que ella se inclinara sobre él y asustarla entonces. Pero el hombre siguió mirando fijamente al techo.

—Señor Tanner, ¿está usted bien? ¿Señor Tanner? ¡Señor Tanner!

Ni un movimiento, ni un sonido. Ni un pestañeo de aquellos ojos blancos abiertos de par en par. No le toques, dijo algo en la mente de Bonnie de un modo repentino y apremiante. No le toques, no le toques, no le toques...

Bajo las luces estroboscópicas vio cómo su propia mano se adelantaba, la vio sujetar el hombro del señor Tanner y zarandearlo, vio cómo su cabeza caía sin fuerzas hacia ella. Entonces vio su garganta.

Acto seguido empezó a chillar.

Elena oyó los gritos. Eran agudos y sostenidos y no se parecían a ningún otro sonido en la Casa Encantada, y supo al instante que no eran una broma.

Todo después de eso se convirtió en una pesadilla.

Al llegar a la carrera a la Habitación del Druida, contempló un cuadro viviente, pero no era el destinado a los visitantes. Bonnie chillaba mientras Meredith la sujetaba por los hombros. Tres chicos jóvenes intentaban atravesar la cortina que cerraba la salida, y dos muchachos encargados de controlar a los visitantes miraban al interior, impidiéndoles el paso. El señor Tanner yacía sobre el altar de piedra, despatarrado, y su rostro...

—Está muerto


Dereck caminaba entre las personas hasta chocar con una chica encapuchada, esta cae y Dereck se agacha de imedianto para ayudarle, pero esta se cubre el rostro y se levanta con velocidad, pero se le cae una peineta de esmeraldas

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora