Cinco minutos antes de medianoche, Elena estaba de pie en el comedor de los Bennett, sintiéndose más estúpida que otra cosa. Desde el patio trasero llegaban los ladridos frenéticos de Yangtzé, pero dentro de la casa no se oía ningún sonido, a excepción del pausado tictac del reloj de pie. Siguiendo las instrucciones de Bonnie, había puesto la enorme mesa de nogal negro con un plato, un vaso y un único servicio de plata, sin decir ni una palabra mientras lo hacía. Luego había encendido una única vela en una candelera en el centro de la mesa y se había colocado detrás de la silla ante la que estaba dispuesto el cubierto.
Según Bonnie, al dar la medianoche debía echar la silla atrás e invitar a su futuro esposo a sentarse. En ese momento, la vela se apagaría y vería una figura fantasmal en la silla.
En un primer momento se había sentido un poco inquieta al respecto, no muy segura de querer ver ninguna figura fantasmal, aunque fuera la de su futuro esposo. Pero en aquellos momentos todo parecía tonto e inofensivo. Cuando el reloj empezó a tocar, se enderezó y sujetó mejor el respaldo de la silla. Bonnie le había dicho que no lo soltara hasta que finalizara la ceremonia.
Aquello era una estupidez. Tal vez no debería pronunciar las palabras..., pero cuando el reloj empezó a dar la hora, oyó su propia voz hablando.
—Entra —dijo con timidez a la habitación vacía, apartando la silla—. Entra, entra...
La vela se apagó.
Elena dio un respingo en la repentina oscuridad. Había notado el viento, una fría ráfaga que había apagado la vela. Procedía de las puertas vidrieras a su espalda, y volvió la cabeza rápidamente, con una mano puesta aún en la silla. Habría jurado que aquellas puertas estaban cerradas.
Algo se movió en la oscuridad.
El terror invadió a la muchacha, llevándose por delante su timidez y cualquier rastro de jocosidad. Cielos, ¿por qué lo había hecho, qué había buscado? Su corazón se contrajo y sintió como si la hubiesen sumergido, sin advertencia previa, en su pesadilla más espantosa. No sólo estaba todo oscuro, sino totalmente silencioso; no había nada que ver y nada que oír, y ella caía...
—Permíteme —dijo una voz, y una brillante llama chisporroteó en la oscuridad. Por un terrible y escalofriante momento pensó que era Tyler, al recordar su encendedor en la iglesia en ruinas de la colina. Pero a medida que la vela de la mesa se encendía, vio la mano pálida de largos dedos que la sostenía. No era el puño rojo y rechoncho de Tyler. Pensó por un momento que era la de Stefan, y entonces sus ojos se alzaron hacia el rostro
—¡Tú! —exclamó, estupefacta—. ¿Qué crees que estás haciendo aquí? —Desvió la mirada de él a las puertas vidrieras, que estaban efectivamente abiertas y mostraban el césped lateral—. ¿Siempre entras en las casas de los demás sin que te inviten?
—Pero tú me pediste que entrara.
Su voz era tal y como la recordaba, sosegada, irónica y divertida. También recordaba la sonrisa.
—Gracias —añadió él, y se sentó con elegancia en la silla que ella había apartado.
Elena retiró rápidamente la mano del respaldo.
—No te estaba invitando a ti, precisamente —dijo con impotencia, atrapada entre la indignación y la vergüenza—. ¿Qué hacías merodeando fuera de la casa de Bonnie?
Él sonrió. A la luz de la vela, su cabello negro brillaba casi como si fuera líquido, demasiado suave y delicado para ser cabello humano. Su rostro era muy pálido, pero al mismo tiempo totalmente cautivador. Y sus ojos atrajeron los de Elena y los retuvieron.
—Es tu hermosura, Elena/ como esas naves niceas de antes/ que por la mar calma y fragante...
—Creo que será mejor que te vayas ahora.
No quería que siguiera hablando. Su voz le producía sensaciones extrañas, la hacía sentir curiosamente débil, iniciaba una especie de fusión en su estómago.
—No deberías estar aquí. Por favor.
Alargó la mano hacia la vela, con la intención de cogerla y abandonarle allí, luchando contra la sensación de mareo que amenazaba con dominarla.
Pero antes de que pudiera sujetarla, él hizo algo extraordinario. Atrapó la mano que ella alargaba, no con brusquedad, sino con gentileza, y la sostuvo con sus fríos dedos delgados. Luego le giró la mano, inclinó la morena cabeza y le besó la palma.
—No... —musitó ella, estupefacta.
—Ven conmigo —dijo él, y la miró a los ojos.
—Por favor, no... —volvió a musitar ella, mientras el mundo daba vueltas a su alrededor.
Demon estaba loco; ¿de qué hablaba? ¿Ir con él adonde? Pero se sentía tan mareada y desfallecida...
Él estaba de pie, sosteniéndola. Elena se recostó en él, sintió aquellos dedos fríos en el primer botón de la blusa sobre la garganta.
—Por favor, no...
—No pasa nada. Ya lo verás.
Le apartó la blusa del cuello, sosteniéndole la cabeza con la otra mano.
—No.
Repentinamente, la energía regresó a ella y se apartó violentamente de él, tropezando contra la silla.
—Te dije que te fueras, y lo decía en serio. ¡Vete... ahora!
Por un instante, una furia absoluta se agolpó en los ojos del joven, en forma de oscura oleada amenazante. Luego volvieron a tranquilizarse y a recuperar la frialdad y él le sonrió, con sonrisa veloz y radiante que apagó de nuevo instantáneamente.
—Me iré —dijo—. Por el momento.
Elena sacudió la cabeza y contempló cómo salía por las puertas vidrieras sin decir una palabra. Una vez se hubieron cerrado detrás de él, permaneció inmóvil en medio del silencio, intentando recuperar el aliento.
El silencio..., pero no debería haber silencio. Giró en dirección al reloj de pie perpleja y vio que se había detenido. Pero antes de poder examinarlo, oyó las voces exaltadas de Meredith y Bonnie.
Salió corriendo al vestíbulo, sintiendo la poco habitual debilidad en sus piernas mientras volvía a colocarse bien la blusa y la abotonaba. La puerta trasera estaba abierta, y vio dos figuras en el exterior, inclinadas sobre algo caído en el césped.
—¿Bonnie? ¿Meredith? ¿Qué sucede?
Bonnie alzó la vista cuando Elena llegó junto a ellas. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Elena, está muerto.
Con un horrorizado escalofrío, Elena bajó la mirada hacia el pequeño bulto a los pies de Bonnie. Era el pequinés, tumbado muy rígido de costado, con los ojos abiertos.
—Oh, Bonnie —dijo.
—Era viejo —dijo su amiga—, pero nunca esperé que se fuera tan aprisa. Apenas hace un poco que ladraba.
—Creo que será mejor que entremos —dijo Meredith, y Elena alzó los ojos hacia ella y asintió.
Esa noche no era adecuada para estar fuera en la oscuridad. Tampoco era una noche para invitar a entrar cosas del exterior. Lo sabía ahora, aunque seguía sin comprender qué había sucedido. Fue al regresar a la sala de estar cuando advirtió que su diario había desaparecido.
ESTÁS LEYENDO
𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱ
Vampire༒𝐘𝐨𝐮 𝐡𝐚𝐯𝐞 𝐚 𝐝𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫𝐨𝐮𝐬 𝐜𝐡𝐚𝐫𝐦...𝐭𝐡𝐞 𝐤𝐢𝐧𝐝 𝐭𝐡𝐚𝐭 𝐧𝐨𝐭 𝐞𝐯𝐞𝐧 𝐚 𝐝𝐨𝐬𝐞 𝐨𝐟 𝐠𝐨𝐨𝐝 𝐬𝐞𝐧𝐬𝐞 𝐜𝐚𝐧 𝐝𝐞𝐟𝐞𝐚𝐭༒ 𝒦𝒶𝓉𝑒𝓇𝒾𝓃𝑒 𝒫𝒾𝓇𝒸𝑒➳𝓣𝓱𝓮 𝓥𝓪𝓶𝓹𝓲𝓻𝓮 𝓓𝓲𝓪𝓻𝓲𝓮𝓼 ⓒMirlaaz08