Capitulo treinta y seis

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Elena estaba de pie dentro del círculo de adultos y policías, aguardando una oportunidad de escapar. Sabía que Matt había avisado a Stefan a tiempo —su rostro se lo dijo—, pero no habían podido acercarse lo suficiente para hablar.

Por fin, con la atención de todos puesta en el cadáver, pudo separarse del grupo y avanzó despacio hacia su amigo.

—Los Salvatore consiguieron marcharse —dijo él, con los ojos puestos en el grupo de adultos—. Pero Dereck me dijo que cuidara de ti y quiero que permanezcas aquí.

—¿Que cuidaras de mí?

Alarma y desconfianza fulguraron a través de Elena. Entonces, casi en un susurro, dijo:

—Entiendo. —Pensó un momento y luego habló con cuidado—: Matt, tengo que ir a lavarme las manos. Bonnie me manchó de sangre. Espera aquí; ahora vuelvo.

Él intentó decir algo a modo de protesta, pero ella ya se alejaba. Alzó las manos manchadas a modo de explicación al llegar a la puerta del vestuario femenino, y el profesor que montaba guardia allí la dejó pasar. Una vez en el vestuario, no obstante, siguió adelante, hasta salir por la puerta del otro extremo y entrar en la oscura escuela. Y de allí salió a la noche.

Dereck llego a la casa de sus hermanos este tenia toda la ropa rasgada, por lo cual se quita la camisa, este entra a la biblioteca de la casa muy enojado, sabia que era un vampiro quien habia matado a el maestro pero quien habra sido

«¡Zuccone!», pensó Dereck, agarrando una librería y arrojándola al otro lado,haciendo volar su contenido por los aires. ¡Idiota! ¡Ciego y odioso idiota! ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

—Eres un idiota si pensaste que todo podria ser como antes, que Katherine estubiera aqui, eres el mayor ingenuo de el mundo.

Levantó uno de los enormes y pesados baúles y lo lanzó a través de la habitación hasta que se estrelló contra la pared opuesta, astillando una ventana. Estúpido, estúpido.

¿Quién iba tras él? Todo el mundo. Matt lo había dicho. «Ha habido otro ataque... Ellos creen que lo hiciste tú.»

Bien, por una vez parecía como si los barbari, los insignificantes humanos vivos, con su miedo a cualquier cosa desconocida, tuvieran razón. ¿De qué otro modo se podía explicar lo sucedido? Había experimentado la debilidad, la confusa sensación de estar en un torbellino, de que todo daba vueltas; y entonces la oscuridad se había apoderado de él. Al despertar, había escuchado a Matt diciendo que habían despojado, asaltado a otro humano, al que en esa ocasión le habían robado no sólo su sangre, sino su vida. ¿Cómo se explicaba eso a menos que él, Dereck, fuera el asesino?

Un asesino, un vampiro, un brujo y un cobarde de mierda que no pudo salvar a el amor de su vida, eso es lo que era. Malvado. Una criatura nacida en la oscuridad, destinada a vivir, maldecir y arruinar a todos los que me conocen allí para siempre. Bien, ¿por qué no matar, entonces? ¿Por qué no dar satisfacción a su naturaleza? Puesto que no podía cambiar, no había razón para no deleitarse en ello. Desataría su oscuridad sobre aquella ciudad que le odiaba, que le daba caza en aquellos mismos instantes.

Pero primero..., estaba sediento. Las venas le ardían igual que una red de cables secos y ardientes. Necesitaba alimentarse... pronto..., ahora.





La casa de los Salvatore estaba a oscuras. Elena llamó a la puerta, pero no recibió respuesta. El trueno chasqueó en las alturas. Todavía no llovía.

Tras la tercera andanada de golpes, probó la puerta y ésta se abrió. Dentro, la casa estaba silenciosa y oscura como la boca de un lobo. A tientas, se encaminó hacia la escalera y ascendió por ella.

El segundo rellano estaba igual de oscuro, y tropezó intentando localizar el dormitorio con la escalera que llevaba al tercer piso. Había una luz tenue en lo alto de la escalera, y ascendió hacia ella, sintiéndose agobiada por las paredes, que parecían cernerse sobre ella desde cada lado.

La luz surgía de debajo de la puerta cerrada. Elena dio unos golpecitos rápidos.

—Stefan —susurró, y luego llamó en voz más alta—. Stefan, soy yo.

No hubo respuesta. Agarró el pomo y empujó la puerta, atisbando al otro lado.

—Stefan... Demon... Dereck

Le hablaba a una habitación vacía.

Y a una habitación que era un caos. Parecía como si un tremendo vendaval la hubiese recorrido, dejando destrucción a su paso. Los baúles que habían reposado en esquinas estaban caídos en ángulos grotescos, con las tapas abiertas, con el contenido desparramado por el suelo. Una ventana estaba destrozada. Todas las posesiones de los Salvatore todas las cosas que había guardado con tanto cuidado y parecía tener en tan gran estima, estaban esparcidas por el suelo.

El terror invadió a Elena. La furia y la violencia resultaban dolorosamente claras en aquella escena de devastación y hacían que se sintiera casi mareada. Alguien que tenía un historial de violencia, había dicho Tyler.

«No me importa —pensó, mientras la ira brotaba en su interior para apartar a un lado el miedo—. No me importa nada, Stefan; sigo queriendo verte. Pero ¿dónde estás?

La trampilla del techo estaba abierta, y por ella descendía un aire frío. «Vaya», se dijo, y sintió un repentino escalofrío de temor. Aquel tejado estaba tan alto...

Nunca antes había subido por la escalera para salir al mirador y la falda larga dificultaba la ascensión. Emergió a través de la trampilla despacio, arrodillándose en el tejado y luego poniéndose en pie. Vio una figura oscura en la esquina, y fue hacia ella con pasos rápidos.

—Stefan, tenía que venir... —empezó a decir, y se detuvo en seco, porque un relámpago iluminó el cielo justo en el momento en que la figura de la esquina giraba en redondo.

Y entonces fue como si todo mal presentimiento, temor y pesadilla que hubiese tenido jamás se convirtieran en realidad a la vez. No podía ni chillar; no podía hacer nada en absoluto.

«Dios mío... no.» Su cerebro se negó a encontrar una explicación a lo que sus ojos veían. No. No. No quería mirar aquello, no quería creerlo...

Pero no podía evitar verlo. Incluso aunque podía haber cerrado los ojos, cada detalle de la escena estaba grabado en su memoria. Como si el relámpago lo hubiese escrito a fuego en su cerebro para siempre.

Dereck. Dereck, tan pulcro y elegante vestido con su ropa de todos los días, con su camisas, sus esmoquin de marca, zapatos de gala. Su cabello castaño tan bien peinado pero en ese momento estaba desordenado y se veia mal. Dereck había quedado atrapado en aquel fogonazo de luz, medio vuelto hacia ella, con el cuerpo torcido en la posición agazapada de una bestia y con una mueca de furia animal en el rostro.

Y sangre. Aquella boca arrogante, sensible y sensual, estaba embadurnada de sangre, que resaltaba espeluznantemente roja en la palidez de su cutis, en el blanco intenso de los dientes al descubierto. En las manos sostenía el cuerpo inerte de una paloma torcaz, blanca como aquellos dientes y con las alas extendidas. Otra yacía en el suelo a sus pies, igual que un pañuelo arrugado y desechado.

—Dios mío, no —musitó Elena.

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora